Tenue nitidez y susurros fue lo
que tuve ante mí por un buen tiempo hasta que ese pequeño orificio de luz se abrió y nuevamente pude liberarme. Lo
primero que vi fue a Gabriel, más fofo de lo que estaba antes, con algo más de
cabello aunque continuaba formando una incipiente calva en su cabeza. Su rostro
mostraba una horrible y descuidada barba. Él estaba sentado en frente mío y no
decía nada, yo apenas podía girar mi rostro,
pues mi cuerpo había sido enrollado con fuertes cadenas que apenas dejaban
escapar trozos de mi pelaje. A diferencia de la vez pasada ahora lo recordaba
todo, de hecho tenía cierta noción del tiempo y estaba seguro que no había
pasado mucho desde el último incidente. Gabriel me observaba con una mezcla
confusa en sus ojos, yo nuevamente no podía entrar en sus pensamientos. Traté
de expresar alguna idea, pero mi amigo no dejaba espacio para aquello. Noté que
el cuarto en el que estábamos era nuevo, mucho más espacioso y bonito que el
anterior, se había mudado. Continué observando de manera incomoda, ciertamente
el no tener al menos una noción de los pensamientos de mi amigo era algo que me
inquietaba mucho.
-Seré franco y directo. Te
necesito.- Me confesó con bastante seriedad, yo iba a abrir la boca, pero él me
detuvo y me dijo que a su debido tiempo me lo explicaría todo, que ahora lo
siguiera porque debía ir a hablar con Leroca, es decir, con el hombre
responsable de que mi amigo estuviese en la región del mar y por consecuencia,
que yo haya sido liberado. Gabriel se levantó de su silla, abrió la puerta y me
tironeó, pude notar que en el piso había
algo destruido, quebrado, partido, pisoteado,
se trataba nada más ni nada menos que del eneágrama. Salimos por la
calle y volví a sentir el transito asfixiante de las personas que circulaban
por las calles del centro de la región del mar. Ese clima casi tropical, ese
viento de puerto que de alguna forma me hacía
sentirme vivo. Aquel viento me dejaba sentir una cierta existencia en mis
entrañas. Había vuelto, así era.
Después de tomar un autobús y llegar a una
casa con rejas enormes, custodiada por guardias que pedían una contraseña para
poder pasar (la contraseña era Bremejol) recorrimos un amplio patio lleno de
tulipanes y rosas negras que bellamente se iluminaban al sol. Ingresamos a una
gran mansión en donde una vieja y encogida mucama nos recibió. Nos hizo
seguirla por gran parte de la casa que estaba compuesta por escaleras y
pasillos hasta que llegamos a una pequeña puerta de madera. La mujer tocó dos
veces y entonces alguien abrió.
El tal Leroca se trataba de un
hombre viejo, pero activo. Vestía unos shorts color marengo y una camisa
playera que no evidenciaba en nada su erudición musical, así mismo su rostro
decrepito, arrugado y ojeroso mostraba los rasgos de un viejo crápula. Invitó a
pasar a mi amigo a su estudio de grabación, el lugar no era muy espacioso, más
bien parecía la sala de espera de un pobre consultorio, la decoración por otra
parte no sobresalía a la de cualquier otra casa de un hombre promedio. Todo
indicaba que el tal Leroca era un solterón desaliñado. El viejo pidió a mi
amigo sentarse en un sillón rojo mientras él lo hacía en una silla de mimbre
que estaba en frente. Al medio de ambos muebles había una mesita en donde
estaban esparcidas las llaves, algunas baratijas y uno que otro resto de comida
rápida. Después de unas tibias cordialidades, Gabriel tuvo que aceptar que aún
no tenía información relevante para el caso Bremejol. El viejo cambió la
actitud complaciente de su rostro a una un poco más severa. Miró fijamente los
ojos de mi amigo logrando hacer que éste desprendiera unas gotas de sudor por
la presión y los nervios.
-Mira Gabriel.- Comenzó a decir.
–Ya han pasado tres meses desde que te encomendé esta tarea y aún…
-Lo sé, lo sé.- Decía Gabriel
sobresaltado. –Es que es una cosa imposible de encontrar, la relación entre ese
grupo y Bremejol puede ser un simple azar del destino. Entre más busco menos
encuentro, lo único rescatable ha sido esa partitura del silencio que le
traje.-
-¿Cuál?.-
-La del silencio, el supuesto trabajo teórico
que Bremejol realizaba para un grupo de músicos de la Universidad de Iowa. El
tratado con el que intentaba encontrar
la forma del silencio. El mismo asunto es llevado a la práctica por los chicos
de The Usuals en varias de sus canciones, incluyendo interludios de silencios
bastante largos entre canción y canción.-
-Así, eso, lo había olvidado.-
Dijo Leroca restándole importancia a la tremenda explicación que daba mi amigo.
–Escucha Gabriel, es un buen indicio de
relación, pero te estás metiendo en un tema tan enredado que yo mismo te
aconsejaría ver a un médico para que te quite el estrés. Muchacho, ese tema
sabes que es un poco engorroso, de partida, hoy se sabe que el que escribió el
tratado del silencio fue un profesor de música de Iowa que poco o nada tenía
relación con Bremejol, además que ese mismo profesor fue maestro de piano de
uno de los chicos que están en la banda The Usuals, por lo que esa incógnita ya
está parcialmente resuelta. Lo de Bremejol y su tratado del silencio son sólo
puros rumores acrecentados por su figura.- Mi amigo se quedó estupefacto ante
esa explicación, se reclinó un poco en el sofá y mirando al suelo dijo
desoladamente.
-Fue lo único que conseguí. No
es fácil encontrar algo como lo que me pidió.-
-Ah, muchacho. Creo que quizás
te sobreestimé al encargarte este trabajo.- Gabriel levantó su frente y mostró
cierta indignación.
-He hecho lo que he podido.-
Esbozó tercamente.
-Sí, yo entiendo eso, pero creo
que no lo has hecho del todo bien, si no, no estaríamos en esta situación, sin
nada de información sobre lo que te encomendé.- Explicaba el anciano lentamente
en tono pedagógico.
-Quizás no hay nada más que
hacer.- Agregó con malsana ironía mi amigo. Aquel comentario hizo hervir en
parte el carácter templado de Leroca.
-Bueno, pues no han estado del
todo correcto tus esfuerzos y si vas a seguir así creo que es mejor que dejes esto
hasta aquí, tú sólo dime cuánto es que necesitas para volver a Tal y yo te lo
daré.- Ante el exabrupto, Gabriel enmudeció y volvió a mirar el suelo con
resignación.
-Eso pensé.- Dijo Leroca,
volviendo a la calma. –Muchacho, creo que debes comprender algo muy simple. Tu
método no te va a ayudar del todo. Quizás funcionaba cuando estabas en la
Universidad y tenías los libros de cuanto tema hubiese a tu alrededor, pero
aquí es diferente. Si quieres sentirte iluminado, primero debes encontrarte con
los rayos del sol y yo creo que eso tú no lo haces.-
-¿A qué te refieres?.-
-A que debes salir y buscar en
el mundo las respuestas, la inspiración, la luz. Nunca nada de eso te llegará
encerrado en un cuarto frente al pupitre.- Gabriel se sintió algo desanimado,
Leroca percibió esta nueva reacción y por unos momentos pensé que me había
visto, pues se quedó mirando el lugar en dónde estaba.
-Escucha. Yo también he investigado y encontré algo fabuloso
simplemente por ir un día a misa.
¿Conoces la Iglesia de Playa Ancha? Bien pues, ahí hay una señora de edad que
toca el órgano y su música es idéntica a la que señala la partitura de
Bremejol, esa que encontramos. Te propongo que te olvides del asunto de “The
usuals” e investigues a esa señora ¿cómo es que llegó a tocar esa música? ¿De
qué forma consiguió llegar a ella? ¿Por qué la toca? Yo no he averiguado eso,
pero conseguí llegar a ella sólo porque un jueves por la tarde iba paseando
cerca de la iglesia y me sentí cautivado por el timbre de las campanas que
sonaban sin parar. Entonces entré y escuché la misa y me encontré con esa
sorpresa ¿entiendes ahora a lo que me refiero con salir a buscar la
inspiración? Ahora quiero que tú salgas e investigues a esa viejita, que
encuentres algo afuera de estas cuatro paredes en las que trabajas ¿Puedo
confiar en que harás las cosas de ese modo?.-
Gabriel miró ofuscado al
anciano, por unos momentos el viejo pareció adquirir mayor estatura que la de
mi amigo, quien cabizbajo y algo resignado le concedió la razón y le pidió unas
suaves disculpas por no buscar las cosas como se debía. Acto seguido el anciano
con sonrisas y miradas templadas, invitó a mi amigo a tomar té. Compartieron en
un silencio incomodo una taza y luego Gabriel se apresuró a salir de esa gran
residencia. Noté en su comportamiento un cierto desagrado y esta suposición se
evidenció cuando ya estuvimos caminando por la calle cuesta abajo. Bajamos del
cerro, mi amigo iba pateando las piedras
hasta que estas caían a un risco y se perdían en el gran plano general que
apreciábamos de la ciudad.
-Maldita sea, qué se ha creído
ese hijo de puta. Viejo de mierda, me manda a investigar una cosa para después
salirme con otra. Cuánto tiempo perdido, maldita sea.- Cosas así iba diciendo
internamente, se sentía bastante
renegado por el carácter de Leroca yo estaba algo aburrido de todo ese
berrinche hasta que por fin se detuvo frente a la entrada de una galería, cruzó
la calle (ya habíamos bajado al centro) y se metió a otra galería. Desde ahí
sacó un cigarro y se puso a fumar y observar la calle de en frente. A esa hora
empezaba a pasar poca gente y el sol ya decaía rápido.
-Se nota que estas cabreado de
todo esto.- Le dije sólo por sacarle algunas palabras de la boca.
-Sí.- Me contestó de forma
recóndita, no era común que habláramos en plena calle.
-¿Entonces por qué no dejas todo
hasta acá? ¿Por qué no te mandas a cambiar a tu ciudad y ya?.-
-Por ella.- Me dijo señalando
con la mirada a una joven que entraba a una cafetería que estaba en frente.
Vestía unos shorts cafés, arriba llevaba puesto un chaleco verde con cuello. Su
tez era blanca y su cabello era castaño, pero bastante brillante. Ella tomaba
su pelo con un moño. Recordé inmediatamente que esa joven fue la que mi amigo
siguió el día anterior a que… ¡Ahora lo comprendo! la sensación que ella
despertó en mi amigo, aquello me hizo sentir hambre al día siguiente.
-Su nombre es Paulina y es todo
lo que sé sobre ella, bueno… y que estudia teatro.- Me decía, excitándose sólo
por el hecho de pensar en ella. Comprendí
inmediatamente otra cosa. El sentido de la razón de Gabriel
serpenteaba cuando éste se estimulaba
demasiado.
-Después de que pasó…lo que pasó.- Decía
haciendo alusión a la violación que realicé sobre esa chica de pelo oscuro. –La
chica esa dijo que nunca había sentido tanto placer en su cuerpo y que no iba a
tomar represarías si seguíamos viéndonos. Al principio pensé que estaba loca y
le dije que sí, sólo para librarme de ella. Un día después fui a Tal, como lo
tenía previsto. Vi a Lina, obviamente no le comenté nada de lo que pasó. Como
fue natural tuvimos sexo, yo sentí que lo haría bien, estaba confiado por lo
que me había dicho la otra chica, pero no pasó nada. La misma desazón de
siempre, la misma invalidez. No hubo placer ni para ella ni para mí, aunque
ella me dijo que todo estaba bien, que lo había hecho bien. Eso es lo que
siempre dice. No pude eyacular, jamás puedo. Luego volví y ella vino a verme un
mes después, todo debería haber resultado bien, me había cambiado a un
departamento propio. Estábamos en un ambiente muy nuestro, pero no pasó nada,
no pude eyacular nuevamente, otra vez caí en la misma agonía. Entonces
comprendí que sólo contigo había alcanzado cierto nivel de vértigo en mi
sexualidad. Nunca me había sentido tan poderoso, excepto…
-Sí, ya entiendo.- Le dije.
-Quiero hacerlo con ella.- Me
dijo señalando a Paulina que se veía tras la ventana de una cafetería.
-¿Por qué con ella?.-
-No lo sé, desde que la vi algo
sentí. De hecho la vi el primer día, cuando salí de hablar con el abogado de
Leroca. Ella trotaba.
-¿Quieres follarla?.-
-Quiero conocerla, intimar con
ella, saber penetrarla, quitarme todas las malditas trabas para poder sentir
realmente a una mujer con mis manos, con mi pene, con mi alma.-
-¿Y qué hay de Lina?.- El rostro
de mi amigo pareció despertar de un jocoso sueño, permaneció tieso unos minutos
y entonces se puso a sobar sus manos.
-También lo hago por ella. Ni
ella ni yo disfrutamos de una buena relación sin sexo que morder. Necesito
aprender, yo…yo no he tenido grandes experiencias con mujeres, y creo que estoy
perdido si quiero estar con una para siempre. Yo y Lina llevamos varios años,
somos una pareja ideal, nos complementamos tan bien, pero en el sexo, en el sexo… yo jamás en todos estos años he
logrado alcanzar un orgasmo, ella dice que todo esta bien, pero no sé que tan
así será. Sin embargo, no quiero dejar de estar con ella, la amo, pero a veces
el amor no basta y entonces…
-Nunca le has dicho lo de la
niña que violaste cuando estabas en el colegio.-
-No, ¡pero es natural no
hacerlo!.- Dijo inquieto, como si estuviese excusándose, luego recapacitó y
dijo. –Mira, no tengo porque explicarte nada. Tú eres una creación mía, en el
fondo no tienes autonomía ni forma, me tienes que obedecer te guste o no, más
que mal, existes bajo mi conciencia y si yo muero tú también te mueres, así de
patético eres.- Me regañaba. Yo decidí obviar estas palabras aunque por primera
vez una ira descomunal me comía por dentro, bien pude haberme lanzado a
morderle todo su rostro sin dejarle rastro alguno de piel, pero las malditas
cadenas me lo impidieron.
-Hoy hablaré con Paulina y tú me
ayudarás, ¿entendido?.- Di un gruñido para expresar mi apoyo y a la vez mi
molestia. A pasos cobardes Gabriel se
puso a andar. Cruzó la calle con poca precaución ( un taxi le toco un bocinazo
que no logró inmutar a mi amigo) y entró a la galería, pasó un par de negocios
hasta llegar al frente de la cafetería en donde estaba Paulina; sin embargo, un
rubor le rodeó todo el contorno y escalofríos espeluznantes lo atacaron, salió
corriendo de la galería, con la misma imprudencia cruzó la calle (ganándose un
nuevo bocinazo) y se metió en otra galería tal como un castor temeroso se
esconde en su fuerte de madera. Su respiración marcaba agitación.
-Esto es lo que me pasa Lobo, no
logro controlar estos nervios, ella no es una chica normal, algo tiene, algo en
su rostro que me hace desearla con pasión.- Me decía estresado. Yo no podía
avizorar nada fuera de lo común en aquella muchacha, es cierto que era linda,
tenía buen cuerpo y parecía desplazarse con un estilo sensual a cada centímetro
que daba, pero no dejaba de ser una mujer como cualquier otra, a mis ojos, una
presa húmeda que chorrea estrógeno por los muslos.
-Tienes que ayudarme, tienes que
darme confianza para que hable con ella.-
-¿Por qué no me dejas entrar y
la violamos?.- Sugerí, mi amigo se alborotó demasiado y me hizo acallar
cerrando mi hocico con un cierre de cremallera.
-¿Estas loco? no vuelvas a decir
eso nunca más, yo no soy un maldito animal. Yo no violo a las personas, no
volveré a caer en eso.- En mi silencio impuesto me sentía a hervir de encono,
le hubiese dicho que él era el único responsable de todo el mal que le había
causado a la chica que violó hace años. Pero me fue imposible alzar algo y tuve
que morderme la lengua.
-Lo único que deseo es sentirla.
Yo, yo me siento desahuciado sin el sexo, desde que ese hijo de perra me violó
en el confesionario siempre he querido experimentar una sensación equivalente,
encontrar una forma de armonizar ese abuso con placer.
Una mujer es hermosa porque tiene algo
voluptuoso que la hace inmensa, por favor, no hablo de su cuerpo, ella tiene un
secreto, cada mujer lo tiene y eso es lo sensual que atrae a cualquiera.
Cuando ella descubre y maneja su secreto
es algo que uno no puede resistirse a buscar, y creo que la clave para aquello
es el sexo, definitivamente, sin embargo, yo no logró consumar el verdadero
placer de encontrar ese corazón que esconde la mujer entre su pecho.
Hace un mes exactamente fui a un prostíbulo y
me acosté con una prostituta. Sentí la mayor repulsión del mundo cuando ella
acuñó mi miembro en su esófago, gargareó con mi semen obligado a salir, vieras
lo difícil que fue para mí endurecer mi falo y metérselo por algún orificio,
ella era flexible, podía por cualquier lado, se lo hubiese hecho hasta por las
orejas y ella habría gemido porque ese es su trabajo, le guste o no, es su
trabajo. No hay secreto que descubrir ahí, me sentí perdido, abatido,
obstruido. No tenía nada que palmar excepto un manoseado y podrido producto de
mercado. Al terminar mi cuarto de hora con ella, sólo pude ir a la calle y
vomitar. Es entonces cuando entendí que necesitaba tener un sentido salvaje
para entrar en el juego del sexo. Es increíble que algo tan divino sólo se
pueda alcanzar mediante una forma tan animal.- Yo estaba en silencio escuchando
el desvarío de mi amigo, miles de personas pasaban y lo veían mover los labios
sin enunciar palabras, empezaba a creer bajo mis propios principios que la
distancia ya volvía maniaco a mi amigo. Entonces le di un golpecito con mi
hocico y le señalé la calle de en frente. Paulina salía de la cafetería en
dirección al centro. Mi amigo se impresionó, al parecer esto no era algo común.
-Hay que seguirla.- Me
dijo. Obsesivamente se escabulló por
rincones y aprovechándose de lo congestionadas calles se puso a seguirla con
intrépida osadía. Le medía los pasos cosa de no tocar su sombra y así ella no
se sintiese acechada, del mismo modo medía las distancias entre calle y calle.
Cuando la chica se le perdió, usaba una
especie de radar mental que le hacía razonar por cuál lado podría haberse
metido, aquello siempre le daba resultado, pues la encontraba de inmediato.
Pasado un rato Paulina se metió a un bar llamado Roma, este lucía unos gigantescos laureles alrededor de la
puerta, mi amigo nuevamente se quedó estancado y no supo si entrar o merodear.
-Nunca había venido aquí, no sé
qué hacer.- Me comentó, yo no tenía nada que decir, de pronto se dejo sentir su
celular que estaba en su bolsillo, era Lina quién lo llamaba. De improviso el
cierre que tapaba mi hocico se deshizo.
-No vas a contestar.- Le dije en
tono recriminador, él entendió mi mensaje y me miró con vergüenza, pero también
con sorna.
-Tú no eres más digno que yo.-
Me contestó, como si se ganase el cielo con esas palabras. El celular
continuaba llamando.
-¿No vas a contestarle a tu
novia?.- Repetí amenazante.
-Cállate. No eres mi
conciencia.- Me ladró.
-Tú la perdiste hace mucho.-
-¡Ya basta!.- Gritó Gabriel
enardecido, apagando el celular para luego guardarlo. Después de tomar aire por
el exabrupto se dio cuenta del grave error que había cometido, mas no quiso
esbozar palabra alguna de arrepentimiento, fue entonces cuando vimos al gordo
rubio de la pensión (en la que vivía antes mi amigo) entrar al bar, Gabriel lo
reconoció de inmediato. Envalentonado por ese estimulo, mi amigo se decidió a
entrar sólo una hora después. En el interior había una barra larguísima que
culminaba en un pasillo aún más extenso que estaba lleno de mesas y sillas en
donde la gente compartía en grupo. Más atrás había un salón enorme también
lleno de sillas y mesas. Las paredes estaban todas rayadas con cosas
aparentemente juveniles y sin sentido como “¿Viste Gumo” “Al final la razón nos
engaña” “Te doy cualquier cosa menos mis costillas” “Mañana prueba, pasado no” (Esas fueron las que más le llamarón la
atención a mí amigo y que rebotaron en mí) el salón estaba repleto de
estudiantes bulliciosos que perdían el tiempo en torno al alcohol, entonces mi
amigo encontró lo que buscaba. Paulina bajó unas escaleras que se encontraban
en el centro del pasillo, nuevamente Gabriel se sintió incapaz de ir a dónde
ella, vaciló un buen par de minutos hasta que finalmente también bajó. Al final
de las escaleras había una puerta de escape a un patio gigantesco lleno de
neumáticos y una que otra mesita de camping. El lugar era ocupado por otros
tantos jóvenes que preferían respirar aire puro y soportar un tanto el frío.
Como un sabueso se movió por el patio intentando olfatear el rastro de la chica
(él se imaginaba que ella desprendía un
aroma a miel y tabaco fino) de pronto se encontró con unos ruidos bastante
decidores. Estos ruidos provenían de un rincón bastante alejado de cualquier
persona, de hecho las mismas personas ahí repartidas parecían evitar pasearse
por aquel sector. El lugar resguardado por arbustos y plantas encubría un acto
animal. Paulina jadeaba mientras el gordo rubio (Recordé –¿O Gabriel recordó?- Que se su nombré era Cristóbal) se
ubicaba detrás de ella. La follaba por el ano. Paulina se afirmaba de un árbol
que tenía enfrente y lo abrazaba con sus brazos, su cuerpo desnudo parecía inmaculado por la blancura absoluta
que desprendía, mientras que Cristóbal no paraba de ejercer su falo dentro de
ella de manera brusca, intempestiva, abrupta, fue entonces cuando mi amigo notó
que algo colgaba en la entrepierna de la muchacha. ¡Un pene! El miembro erecto
y negro se encumbraba con poderosa excitación, rápidamente mi amigo se dio
cuenta que el órgano no era real, era una prótesis, incluso se notaban las
amarras en su cintura. Algo más tranquilo Gabriel se agazapó para notar que el
gordo se desaposesionaba del cuerpo de la muchacha y ahora él era el que se
agachaba exponiendo su culo para Paulina. El pene del gordo, pequeño y frágil,
chorreaba semen descontroladamente, así mismo ella estimulaba su clítoris
dejando pasar la yema de sus dedos por ahí.
Cuando se sintió satisfecha se posicionó para penetrar a Cristóbal y en
el momento en que iba acomodándose vio con sus ojos a mi amigo. Fue un microsegundo que eclipsó a
Gabriel, quedó petrificado como las victimas de Medusa. Después de un rato él
se movió y salió huyendo despavorido de allí. Primero salió del patio y luego
del bar.
Pasado un rato de vagar
cobardemente por las calles aledañas al bar, mi amigo que sin hablarme, pero
que cuyo rubor se le notaba a leguas, decidió entrar nuevamente al bar. Ya no
encontró a Paulina ni al gordo, se habían esfumado como el polvo que se sopla
al viento, ¿qué sería de ellos? Mi amigo se sentó en una mesa vacía y pidió una
cerveza, elucubró, teorizó ¿dónde estaría ahora Paulina?, ¿Por qué se había
metido con ese gordo?, ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella? Y en todas
esas preguntas que bien escuchaba porque me las hacía mí, yo (que no podía
responderle, pues tenía el hocico cerrado nuevamente) observaba como Gabriel se
emborrachaba sin remedio hasta que lentamente me iba aflojando de las cadenas
que él mismo me había sometido, poco a poco esas cadenas se iban desvaneciendo a medida que veía a
Gabriel más y más condenado por el alcohol. Pedía una y otra botella, una y
otra botella sin parar. Yo lentamente me alejaba de su presencia, levitaba,
flotaba por encima de su cabeza y como atraído por un imán colgado del techo,
llegaba hasta lo más alto que ese local me permitía y podía contemplar el bar
vacio. Gabriel y unos cuantos ebrios más llenaban escasamente el bar, entre
esos ebrios había uno muy particular, se
trataba de un viejo flaco, de barba canosa y puntiaguda, ojos desorbitados y
rostro aguileño, usaba un sombrerito bastante peculiar, parecía hecho en el
lejano Oriente. El viejo recorría todas las mesas vacías que aún conservaban vasos con algo de líquido adentro y se los
tomaba. Se tomaba todas las sobras que quedaban, desde conchos de vino a restos
de coñac, y por supuesto mucha cerveza, lo peor es que no se los tomaba
directamente de los vasos si no que lo reunía todo en un cenicero que él traía
y luego se tomaba todo lo que juntaba. Para los pocos parroquianos que quedaban
en el bar y para los que trabajan ahí, aquel personaje les parecía bastante
normal y por lo tanto no lo tomaban en cuenta. Me entretuve mirando como el
viejo se tomaba los últimos restos de cerveza que habían quedado en los vasos
hasta que se fue del bar sin decir adiós y diez minutos después echaron a mi
amigo porque ya iban a cerrar. Él poco se opuso a la medida, ya estaba bastante
ebrio. Lo seguí como un fantasma, atravesando el techo y flotando en el aire,
viéndolo todo en picada. Miraba como lastimosamente mi amigo trataba de
levantarse del piso, de pronto empezaba a vomitar, se tambaleaba por las calles tratando de llegar a un poste para recuperarse de su mareo. Cuando chocó con uno, intentó restablecerse y
entonces sintió un frío metal en su nuca (Estoy
sintiendo las cosas que él siente aunque no estoy ahí. ¿Qué pasa?) Desde
arriba podía ver como dos hombres de mayor tamaño que Gabriel lo amenazaban con un arma. Rápidamente
golpearon a mi amigo hasta dejarlo postrado en el suelo, luego le arremetieron
otro golpe en la espalda y lo pisaron con la suela de sus bototos. Gabriel
volvió en sí enseguida, la borrachera se le había quitado, pero yo seguía aún
libre por el aire. Decidí acercarme a un árbol que estaba por ahí para ver
mejor la escena.
-¿Qué quieren? Dinero no tengo.-
Dijo adolorido y asustado mi pobre amigo.
-Cállate maricón.- Contestó
violentamente el de la pistola y le propinó otro golpe con la fría culata de su
arma, esta vez fue en la nariz. Gabriel chilló adolorido, aunque por dentro
carraspeaba en ira salvaje.
-Levántate.- Le ordenó el hombre
que no portaba arma y que llevaba al igual que su compañero un abrigo
larguísimo que le cubría hasta debajo de las rodillas.
-Les digo que no tengo nada, por
favor.- Suplicaba mi amigo mientras se ponía de rodillas, los hombres no
escucharon tal petición y le pidieron que le diera la billetera, temblando, más
por el coraje que por el miedo, sacó su billetera y le alcanzó sus documentos.
El asaltante de la pistola la revisó y lleno de
descontento la tiró al suelo.
-Aquí no hay ni pa´ un cigarro,
te equivocaste Ernesto.- Le gritó a su compañero.
-No, no, si no puede ser. Vengo
siguiendo a este tipo hace semanas, siempre tiene plata.- Se defendía el otro.
-¿Qué sugieres?.-
-Sugiero que este desgraciado
nos lleve a su casa.- Dijo el que no portaba arma, luego escupió una gruesa
flema al suelo. Mientras Gabriel miraba como el escupitajo se replegaba
viscosamente por la calle, yo me daba más cuenta de mi total libertad, cada vez
podía experimentar más independencia de la voluntad de mi amigo, al parecer el
éxtasis que él estaba experimentando en ese instante producto del miedo lograba
liberarme de sus amarras, a pesar de que aún escuchaba sus pensamientos y leía
sus emociones.
-No por favor, si les digo que
no tengo nada.- Suplicaba Gabriel.
-Qué nos lleve a su casa Joel,
yo no me equivoco con las víctimas y si te digo que éste tiene plata es porque
tiene.- Continuaba diciendo el que no tenía arma, cuyo nombre al parecer era
Ernesto. El otro pareció aceptar esta convicción y apuntando con decisión a las
piernas de Gabriel, lo obligó a que los llevara a su casa. El pobre Gabriel
intentaba por todos los medios zafar del problema, pero el poder de los
maleantes era grande. Amenazándolo con la pistola en la nuca caminaron por
horas hasta llegar a su departamento. Ambos asaltantes iban tras él, muy
pegados a su cuerpo, de esta forma quien amenazaba con la pistola le prohibía
girarse mientras que el otro que portaba
la navaja apuntaba directo hacía las costillas, si Gabriel intentaba
gritar o pedir ayuda, de algún modo, lo lamentaría mucho. Al llegar al
departamento, el de la pistola no le dio respiro a mi amigo y sin dejar de acosarlo
le pidió que sacara las llaves y abriera las rejas de entrada.
-¿Hay conserje aquí?.- Preguntó
Joel.
-No.- Contestó mi amigo,
lamentándose. Subieron inmediatamente al piso que les cundía y entraron al
departamento. Los maleantes se sobaron las manos con la mercancía que
sustraerían del lugar. Yo había seguido todo el recorrido por los aires,
atravesando paredes y ventanas cuando estas se me interponían, mi autonomía me
permitía moverme mucho más allá de las direcciones que Gabriel escogía. Así
mismo, atravesé las paredes del departamento para encontrar a Gabriel irascible
en una esquina de la casa viendo como los ladrones se llevaban su dinero y gran
parte de sus cosas. Avizoré una mirada de venganza acumulada en sus ojos, mientras los
asaltantes se movían impunes por la casa. “Hijos de puta, los mataré” Repetía
mentalmente Gabriel. Ernesto y Joel guardaban en sus abrigos mucho dinero y en
sus bolsos (que originalmente venían vacios) la mayor cantidad de objetos que pudiesen,
cuando ya disponían a irse, decidieron amarrar a Gabriel y encerrarlo en el
baño. Mientras lo hacían se felicitaban por lo eficiente que había sido el
trabajo. Para vejar más a Gabriel, lo desprendieron de todo su ropaje dejándolo
completamente desnudo en el suelo de su baño, lo maniataron y le taparon la
boca con un paño sucio que había en la cocina, además de darle unos cuantos azotes
en el trasero.
-¿Ernesto, esto no lo matará?.-
Preguntó muy humanitariamente Joel mientras cerraban la puerta del baño.
-No es asunto nuestro.-
Respondió el otro y se fueron felices con el botín.
Como son de paradójicos los
días. Yo desperté amarrado y ahora el que esta amarrado es mi amigo. Por fin
estoy libre. Mientras Gabriel se retuerce de rabia, desesperación y congoja en
el baño, yo ahora soy libre, tanto como un espíritu místico del bosque.
Realmente puedo decir, sin culpas ni nada, que Gabriel se puede ir a la mierda.
Ya no me importa.
Sentirse libre viajando por el
aire, mirando todo desde un plano superior. Las cosas vistas desde abajo ya no
tendrán el mismo significado después de atravesar las nubes de la noche,
quemarme con el sol de la mañana y casi escuchar el vacio del espacio. No, no
podría nada ser lo mismo. Lo mejor es que mi libertad ya no me condena, me
siento superior a cualquier circunstancia. Es decir, no tengo idea que estará
pensando Gabriel, que estará diciendo o maldiciendo, y al mismo tiempo, él no
puede siquiera concebir dónde estoy yo. Por qué parajes me muevo, qué miro y qué
siento. Ahora definitivamente sí que estoy sintiendo. Decido aterrizar en la
primera casa en la que Gabriel alojó al
llegar a la región del mar. Sigue tan imponente, tan clásica con ese sabor tan
desmesuradamente misterioso. Aterrizo justo en la entrada, veo que la señora
Eglantina abre la reja. Se le ve más cansada. Su delgadez había aumentado en
mucho, tanto que sus costillas podían ser fácilmente trituradas por un puño. La
pobre señora de ojos cansinos y mejillas chupadas miró con absoluto desdén los
escalones que se prolongaban hasta la entrada, con agotamiento comenzó el arduo
sufrimiento de subirlos, se demoraría mucho por lo que no quise esperarla y
entré a la casa atravesando las paredes. Recorrí los pasillos de madera
flotando sobre el piso y así llegué a la escalera, subí unos peldaños hasta
llegar al mismo punto en donde me había encontrado al niño fantasma, miré por aquel
orificio e ingresé. Al encontrarme abajo entendí que ahora estaba en un sótano,
un sótano bastante abandonado, lleno de libros carcomidos por la humedad. Un
montón de papeles revueltos cubrían las paredes y también un montón de ratas
merodeaban asquerosamente por ahí. Arañas adocenadas en cada esquina y quizás
lo más repugnante eran dos cadáveres ya putrefactos, descompuestos,
esqueléticos y casi imposibles de identificar si no fuese por sus cráneos. Miré
alrededor y vi una pequeña puertezuela de no mayor tamaño que la de un niño
pequeño, estaba absolutamente encadenada, llena de candados y bisagras de
metal, tal parecía que el sótano estaba clausurado. Como en mi condición las
cadenas ya no eran un impedimento, sin dudarlo
atravesé aquella puertita y me vi con la penetrante luz de la mañana en
pleno patio trasero (un lugar que Gabriel nunca visitó, al menos conmigo) miré
hacía atrás y noté que la puerta no estaba y que en cambio había cemento que
cubría lo que debía ser la entrada al sótano.
-Lo hicieron para que nadie
sospechara.- Me dijo de pronto una voz infantil, era el pequeño fantasma de la
otra vez.
-Tú, ¿es tu cuerpo el que está
ahí adentro?.- Pregunté.
-Mío y de mi madre. Cuando se
llevaron a mi Padre, que ya estaba casi agonizando, fueron por mi madre que
intentó escapar por toda la casa y finalmente llegó al sótano en donde estaba
escondido. Estuvimos casi tres días ahí abajo, pero un día ellos volvieron,
esta vez eran más y mucho más gordos y vulgares que los anteriores. Invadieron.
Poco a poco nos fuimos dando cuenta que la casa se llenaba de militares que hacían
fiestas obscenas de noche. Eran militares, soldados, gente que usaba uniformes
y armas, usaban los mismos uniformes grises que los que se habían llevado a mi
Padre. Yo y mi Madre poco y nada podíamos seguir viviendo, necesitábamos comida
y sobre todo agua, mi madre se arriesgo a subir, pero rápidamente fue atrapada
y peor, nuestro pequeño escondite fue descubierto. Los militares la golpearon de
manera atroz y se veían decididos a hacerle algo más. Rápidamente la tiraron
contra la esquina y la agarraron entre dos por cada lado, le abrieron las
piernas y un militar gordo que gustaba de comer
pollo grasiento con sus manos fue por un tubo de P.V.C largo y grueso.
Pidió que le quitaran la ropa a mi madre, ella se resistió como pudo, pero
finalmente terminó desnuda y entonces el gordo militar le introdujo el tubo por
el ano. Mi madre gritaba horrorizada mientras el gordo militar se reía
grotescamente, a la vez que los demás militares también se reían con
asquerosidad. Yo no pude hacer nada, estaba
en un rincón oscuro y simplemente me quedé en blanco, tenía seis años en ese
entonces y no podía entender lo que le hacían a mi madre, pero sí podía sentir
el horror, el asco, el miedo, el dolor y el sufrimiento que ella experimentaba.
Ese tubo le fue introducido hasta que le salió por la boca, completamente
ensangrentado. Mi madre no podía pararse, vomitaba sangre y tripas, los
militares se reían con un molesto sonsonete. Yo entendía que mi Madre sufría
despiadadamente, por apenas tres segundos me hice lo suficientemente hombre
para tomar la determinación de ir allá. Hasta ese momento ninguno de los
militares me había visto o me había tomado muy en serio por lo que corrí dónde
estaba uno y le mordí la mano incisivamente logrando robarle una pistola.
Entonces con el arma en mi mano vi a mi madre en el suelo, completamente
aturdida, no pensé más y decidí matarla, luego me disparé a mí mismo en el
pecho y pude ver como caía al piso con la sangre saltando y empapando todo lo
que estuviese a mí al rededor. Luego desperté en el sótano y me di cuenta que
estaba muerto.- El niño relataba todo sin importancia alguna, como si hubiese
sido un hecho menor en su existencia. Ante tal historia yo no sabía bien como
afrontar la situación.
-¿Nunca más supiste de tu
madre?
-No, he estado sólo en esta casa por al menos treinta
años. Sólo veo la gente que llega y se va. Nunca nadie me había hablado, por
eso me emocioné mucho cuando lo hiciste. No sé bien lo que eres, pero te
necesito.- Dijo el niño con un aspecto desquiciado en sus ojos, aquello me
asustó y me hiso retroceder intuitivamente. Mi instinto de ataque se agudizó.
-Te necesito lobo, tú eres más
real que yo. Y necesito volver a la realidad.-
-¿A qué te refieres?
-Yo no existo porque nadie sabe
de mí. Nadie me conoció, nadie supo mi nombre, hasta yo lo he olvidado con el
tiempo, sólo puedo recordar la historia de cómo los militares mataron a mis
padres, es lo único que sé, es lo único que he repasado todos estos años. Pero,
pero descubrí que eso ocurre porque no existo, porque nadie me recuerda, porque
nadie me llora. No existo, pero tú sí.- El chico empezaba a ponerse peligroso,
me miraba con ojos hambrientos, incluso desviados.
-Oye, no te acerques más.- Le dije
nervioso y al percatarme de que el muchacho no me hacía caso me lancé contra él
para morderlo, mas apenas toqué su hombro el muchacho se esfumó. Inmediatamente
un grito de terror se dejó sentir desde el piso superior, sólo por inercia
floté hasta arriba y traspasando las paredes pude entrar al pasillo en donde
estaba antes la pieza de Gabriel, esa puerta estaba cerrada, pero la puerta de
en frente, vale decir, la del gordo
pervertido, Cristóbal, él mismo que había estado el día anterior con
Paulina en el bar, estaba abierta y exhibía a aquel personaje muerto. La sangre
estaba escurrida por el piso, los ojos del gordo estaban paralizados por la
muerte que había acudido a él de alguna forma brutal. Tal vez tanto como la
forma en que los militares acabaron con la vida de la madre de ese niño. Frente
al cuerpo inerte de Cristóbal, doña Eglantina se arrodillaba de nervios y
lloraba, fue ella la que había dado el grito en el cielo. Todas las otras
puertas permanecían cerradas, la de Cristóbal era la única abierta y Eglantina
su única visita. Con intriga miré la puerta cerrada de la pieza que antes había
ocupado Gabriel, sólo por curiosidad me metí al cuarto, al entrar noté todo
igual a como lo había dejado mi amigo, mas habían cosas nuevas, como bolsos,
sillas y maletas que antes no estaban. Noté que en la cama alguien dormía, el
nuevo huésped seguramente, me acerqué al cuerpo que estaba perdidamente
inconsciente en los brazos de Morfeo (expresión
que le he escuchado tantas veces a Gabriel)
vislumbré que se trataba de Paulina. ¡Sí! La misma Paulina, la de pelo
castaño y ojos verdes. La del moño en la cabeza. La misma de tez blanca que mi
amigo había seguido obsesivamente. Ahora me la encontraba de frente, durmiendo
como si nada. Con mi pata (que cada vez
parece más una mano) le toqué la frente y una experiencia muy alucinante
ocurrió. Como el hombre que hunde su mano en una poza de agua, mi extremidad se
hundió en la frente de Paulina y un montón de imágenes, una corriente
rapidísima de imágenes casi inconexas se me aparecieron frente a mis lobeznos
ojos. Pude ver una niña corriendo, una fiesta descarriada, un ocaso romántico,
una felación cruda. Todo en menos de un segundo, el shock fue tal que
inmediatamente retiré mi pata de la frente de Paulina. Retrocedí asustado; sin
embargo, la experiencia tuvo un sabor intenso que no me logró agotar, como ella
seguía durmiendo y la sensación que sentí fue tan fuerte, decidí hacer el
intento de entrar en su cabeza, como quien se lanza desde una roca al mar.
Aposté y sin más, entré en ella, desde su frente.
Cuando abrí los ojos, me
encontraba en otro espacio, una casa vieja, más bien un departamento. Yo estaba
en el suelo alfombrado del living, me levanté alborotado y entonces esa música
llegó a mis orejas. Era un piano que tocaba la sonata número 14 de Beethoven (Algo que sé, gracias a los conocimientos
musicales de Gabriel) avancé con cautela hacía la base de emisión del
sonido. Efectivamente era un piano y quién lo ejecutaba era una muchacha que
usaba uniforme escolar, vestía un jumper y cubría sus piernas con unas medias
negras. Tenía el pelo tomado con un moño. Se trataba de Paulina (pensé) que con
complicación intentaba pasar de un movimiento a otro, a su lado se encontraba
un hombre de aspecto serio, usaba gafas y tenía el cabello corto y de color
negro, su gesto no decía gran cosa de él, excepto que era muy, muy serio. “Mal,
mal, mal. Tienes que llevarme a la cima y después bajar impetuosamente, así
siento yo realmente la música de Beethoven, tú lo único que haces es reproducir
meras notas musicales. ¡Mal!” El hombre
se levantó del asiento indicando con su gesto a la joven Paulina que ya no
siguiera, ella bastante desanimada cerró la tapa del piano y se levantó a
buscar su mochila mientras el hombre, su maestro, se tomaba el rostro
decepcionado.
-Mal, mal, mal. El talento no
nace del esfuerzo lamentablemente. A menos...- El tipo agarró del brazo a
Paulina, ella se incomodó con ese movimiento tan violento, quiso zafarse
cortésmente, pero el maestro la continuaba asiendo del brazo. Al parecer,
apretándoselo bien fuerte.
-A menos que no te estés
esforzando lo suficiente. ¿Lo haces? ¿Practicas todos los días Paulina?.-
Preguntaba el maestro mientras se acercaba al cuerpo de la muchacha. El hombre
redoblaba en estatura a la chica, su sola sombra cernida sobre ella enfundaba
de duda y miedo a la pobre quien trataba de retroceder, pero el cuerpo del
hombre no la dejaba escapar.
-Sí, sí profesor, he hecho todos
los ejercicios…Intentaba explicar con miedo la muchacha.
-¡Mentira! Le interrumpió el
hombre dándole una bofetada que la dejó tirada en el suelo. La muchacha se
sorprendió por la reacción. El hombre avanzó hacía ella en un tono más
conciliador.
-Escúchame, ¿sabes a qué se
parece las sonatas para piano de Beethoven?.- Decía el hombre en tono meloso,
acercándose a ella para magrearle las
piernas. La chica notó eso horrorizada.
-Al sexo. En éstas sonatas el
pianista te lleva a emociones muy intensas. Te sube y luego te tira al suelo
sin misericordia alguna.- Decía, ejemplificando tal vez con sus dedos que subían
por las piernas de la joven y luego bajaban. La chica entendiendo la situación,
rápidamente trató de levantarse y escapar de los toqueteos de su maestro, mas éste
la detuvo agarrándola del moño que hasta el día de hoy sigue ocupando, la lanzó
al suelo.
-No me gusta tu actitud, no
cooperas.- Dijo el hombre parándose frente a ella y sacándose la correa del
pantalón para luego expulsar su abultada polla. La chica intentaba correr su
rostro, estaba bastante nerviosa.
-Tócala.- Le ordenó el hombre que tras sus
gafas, su actitud seria y huraña se incrementaba. La muchacha trataba de buscar
una alternativa, pero se vio de brazos cruzados, tenía frente a sus ojos una
polla enorme, llena de bellos (incluso canas) la polla hinchada al igual que un
volcán a punto de eructar lava parecía dispuesta a escupir un ostentoso chorro
de semen en cualquier momento. Con la
cara llena de asco, entendiendo que si no lo hacía las consecuencias serían
peores, apretó con su mano el pene que se le estaba exhibiendo.
-Bien, ahora quiero que lo lamas
desde abajo, desde mis testículos.- Mandaba el hombre, la pobre Paulina comenzó
a llorar hacía sus adentros, tenía que contenerse de algún modo, levemente y
con un poco de asco puso la punta de su lengua sobre perineo del sujeto, desde
ahí subió hasta sus testículos, cerrando los ojos, roja de vergüenza.
-Muy bien, ahora quiero que
beses mi pene.- Paulina obedientemente junto sus labios para darle un ósculo a
la cabeza del miembro, lentamente recorrió con esfuerzo en sus labios el prepucio
del órgano.
-Bien ahora trágatelo, mantén la
sonata 14 en tu mente y sigue esos movimientos mientras me lo chupas.- Paulina
intentó succionar el miembro lo más directo que pudo, pero apenas mantenía el
sabor a semen en su boca, se lo sacaba con asco.
-No, ¡Pésimo! ¿Qué pasa?.- Preguntó el maestro.
-Es que, es muy grande y no me
lo puedo echar todo a la boca de una vez.- Contestaba la temerosa Paulina,
entonces el hombre entendiendo esto se metió el pene dentro de su pantalón, se
subió el cierre y abrochó su cinturón.
-Vete, nunca serás capaz de
hacerlo.- Dijo el tipo que con desdén la dejaba ahí tirada en el suelo y se iba
a tocar el piano. Paulina bastante sentida se levantó, tomo su mochila y se
fue. Yo la seguí, en parte porque lo que ella no veía se oscurecía ante mí.
Paulina lloraba mientras recorría las calles del barrio en donde estaba,
parecía totalmente tocada con lo ocurrido, se sentó en la calle e irrumpió en
fuertes y dolorosas lágrimas.
-No, ¿Por qué? ¿Por qué?.- Se
repetía con las manos sobre la cabeza, intentando tragarse el dolor que estaba
sintiendo, finalmente después de un buen rato se paró con actitud decisiva y
volvió al departamento del músico. Éste al abrir la puerta, se encontró con una nueva Paulina que
estaba en una posición muy provocadora, con un rostro que exorbitaba deseo.
-Quiero una nueva oportunidad.-
Dijo simplemente y se lanzó a besarlo apasionadamente. Se encaramó con sus
piernas sobre él mientras éste la besaba por todo el contorno del cuello. Le
rozaba sus labios por el oído y le tocaba las piernas hasta arrancarle las
medias y luego los calzones (que tenían un infantil diseño de corazones) luego
besaba su nuca y mordía levemente los hombros y la espalda, él le fue tocando
con su dedo todo el contorno de su vagina, pasando por su clítoris,
estimulándolo con fuerza. Luego de bajarle el uniforme, le rompió la camisa
zafándole los botones, mientras ella le besaba el cuello con pasión y poco a
poco fue bajando hasta su pene. Sin embargo, se detuvo al momento de bajarle los
pantalones.
-¿Qué pasa? Estas muy bien, Paulina.- Dijo
encantado el maestro.
-Quiero que toques la sonata en
piano. Que lo hagas mientras yo te aspiro la polla.- Pidió autoritaria la
chica. El maestro pareció conforme con la petición y mientras caminaba se iba
quitando la ropa hasta llegar al piano completamente desnudo, entonces, ejecutó
la sonata a la vez que Paulina se
acercaba lentamente también desprendiéndose de sus ropas y se acomodaba bajo el
piano del maestro para comenzar la felación. Entonces cuando se encontraba en
posición para echarse aquel pene en su pequeña boca, Paulina me descubrió
observándola y eso que yo había sido invisible durante todo el rato. Me avistó
e inmediatamente fui expulsado del sueño. Vi rápidamente como la Paulina que dormía
en la habitación abría sus ojos expulsándome de su cabeza. El impacto fue tal
que terminé volando hasta llegar a donde se encontraba el pobre de Gabriel
quien estaba exactamente igual a como lo había dejado. El impacto del salto de
un lugar a otro fue tan fuerte que terminé adolorido y bastante debilitado,
cosa que casi no me podía mover de donde estaba. Vi a Gabriel con sus amarras
golpear la cañería del lavamanos, se había logrado quitar el paño de la boca,
no sé cómo. Se le notaban algunos golpes que se había dado de tanto golpear la
cañería que ya abría un par de fugas.
-¿Qué haces?.- Le dije, él me
notó con sorpresa, parece que en todo ese rato no había tomado en cuenta mi
ausencia.
-Qué crees. Trato de salir de
aquí. Dijo y arremetió con todo su cuerpo sobre los tubos de la cañería que
ahora sí se abrieron completamente, comenzando a inundar el baño. Muerto del
cansancio, Gabriel se tiró al suelo, estaba adolorido.
-Es todo, mañana dejo esta
mierda de ciudad, me voy.- Dijo molesto lanzándose al suelo, mientras el agua
se escurría por el piso del baño. Yo lo quedé mirando algo agotado, me
encontraba muy débil, mas en mis pensamientos no dejaban de discurrir las
imágenes que pude ver de Paulina, sobre todo en ese último momento en que ella
me descubrió, algo sentí, algo tembló en mí, un escalofrío me recorrió, una
fuerza indómita. ¿Por qué?
Pasadas unas horas tocaron la
puerta del departamento, Gabriel gritó, pero no pasó nada, unas horas después
volvieron a tocar y al no recibir respuesta echaron abajo la puerta. Ante
Gabriel aparecieron algunos hombres que lo encontraron amarrado y desnudo,
posteriormente apareció la policía. Se trató de arreglar lo antes posible la
cañería que ya empezaba a afectar a algunos vecinos. En la noche, cuando todo
estaba más o menos normalizado, decidí comentarle a Gabriel sobre mi aventura.
-Sé dónde encontrar a Paulina.
Te juro que lo sé.- Le informé de forma decisiva. Él, que todo el día había
estado maldiciendo a la ciudad del mar, lanzando amenazas de irse y despotricando
contra el mundo entero no se había acordado en lo absoluto de ella.
-¿En serio?.-
-Sí, puedo llevarte… mañana
mismo si quieres…o prefieres irte de aquí.- Mi amigo se lanzó a la cama algo dudoso,
una lluvia de preguntas lo carcomió. Finalmente se levantó y me miró
amenazante.
-Mañana iremos.- Excelente, me
sentí feliz. Las cosas me salían bien, Gabriel y yo ya estábamos pensando de
forma más independiente y esta vez el
querer llegar a Paulina se había transformado para mí en algo personal.
Gabriel se arregló lo mejor que pudo para
disimular los daños sufridos la noche anterior, se afeitó y perfumó muy bien el
rostro. De pronto alguien llamó a su puerta, se trataba del abogado Dangelo
Martínez y el músico Leroca, parecían urgidos por algo. Gabriel evidentemente
cabreado los recibió de mala gana.
-Nos enteramos de tu incidente y
lo lamentamos mucho.- Explicó Dangelo.
-Ah…sí, sí, no se preocupen por
eso, ya está olvidado.- Arremetía Gabriel, realmente no tenía ganas de charlar.
-Cualquier cosa legal, Gabriel,
no dudes en pedir mi ayuda. No quiero presumir, pero soy un muy buen abogado y
de trastos como esos me puedo encargar con la punta del dedo meñique.-
-Bien…bien.- Gabriel deseaba
terminar, aquello era bastante evidente por su forma de moverse.
-Gabriel, ¿pasa algo? ¿Vas a
algún lado?.- Preguntó el viejo Leroca, mi amigo para no dar una mala impresión
frente al jefe, mintió asegurando que tenía que ir a la iglesia a ver a esa
vieja que tocaba el órgano.
-La he estado siguiendo,
creo…creo que tiene algo grande entre manos.- Mintió. Leroca y Dangelo se
lanzaron miradas cómplice. Luego Leroca le dio su beneplácito a Gabriel para la
misión.
-Muy bien Gabriel, me alegra que
estés haciendo las cosas un poco más como te dije, sólo ten cuidado, trata de no
exponerte demasiado. Mira, los documentos que te he pedido los necesito ya para
la próxima semana, esto… esto es definitivo así que confió en que me los
darás.- Dijo Leroca al momento que sacaba de su mochila un gran cuaderno
anillado. Lo dejó sobre la mesita de lámpara.
-Es un libro de un escritor de
la zona, José Luis Martínez. El murió hace ya unos años, pero es sabido por
todos que era un adicto a las leyendas musicales. Una de sus obsesiones más
íntimas era todo aquello que tenía relación con Bremejol. Quizás te pueda
servir leer algo de él, aunque en este libro no menciona nada de nuestro
hombre. Aún así léelo. Es un libro interesante, no tiene nada que ver con la
literatura tradicional. Tiene dibujos, adivinanzas, acertijos, juegos de
palabras imposibles, aforismos de gran sabiduría y collage. Es un libro
interesantísimo, te lo presto para que le eches un vistazo.- Leroca se levantó,
fue escoltado por Dangelo hasta la salida, me apresuré a leer la portada del
libro, en el se veía una casa derrumbarse, el título del libro era simplemente
“La nueva novela” Gabriel cerró rápidamente la puerta a sus fortuitos invitados
e intentó esquivar la lasciva mirada que Dangelo ponía por sobre sus ojos.
Después de un rato que dejo pasar apropósito, sólo para tener la certeza de no
encontrarse con ellos (Gabriel me era
cada vez una mente más abierta) se dirigió a la salida. Cuando le dije a
Gabriel dónde había encontrado a Paulina no cayó en su asombró, incluso
pronunció la palabra destino varias veces y en su mente la siguió repitiendo
hasta que llegamos al pasaje Harrington en donde se encontraba la casa, rápidamente
llegó al final para poder contemplar la gran entrada. Subió por las escaleras
con mucha ilusión, mas el pecho se le inflaba de nervios, entonces en la puerta
se encontró con un hombre calvo, vestido de terno, con anteojos oscuros y
redondos. Su rostro transmitía severa austeridad, incluso sus manos (dispuestas
detrás de su espalda) parecían ser ásperas (Puedo
decir con mucho orgullo, que estas son mis impresiones y no las de Gabriel).
-¿A dónde piensa ir?- Preguntó en tono agrio
aquel hombre. Gabriel lo miró extrañado.
-Necesito buscar a alguien.-
Respondió.
-No puede entrar, en esta casa
hubo un homicidio y desde este momento se encuentra en plena investigación.
Todos los inquilinos fueron desalojados.- Prorrumpió con voz firme. Gabriel
respiró desolado, seguramente habría pensado que estaba tan cerca de lo que
quería.
-Por favor.- Imploró. –Necesito
hallar a una joven, necesito conversar con ella, sólo cinco minutos.-
-¿Una joven?.- Dijo impávido el
hombre.
-Sí, una joven, tiene el cabello
café, usa un moño…Comenzó Gabriel a describirla.
-¿Tiene los ojos verdes y la
piel blanca?
-Sí, sí.- Contestó Gabriel
excitadísimo. -¿Sabe quién es?.-
-No.- Contesto simplemente el
hombre y luego soltó una leve risa burlona, para después agregar.- Lo siento,
es que me gusta mucho hacer esa broma. Mira si quieres puedes entrar a
buscarla, todavía quedan jóvenes que están empacando sus cosas. Tal vez la
encuentras.- Permitió aquel hombre sin salir de su seriedad gestual. Aunque
algo perplejo, Gabriel le agradeció.
-Pero deberá tomarse una cerveza
conmigo.- Pidió el hombre, siempre serio.
-¿Cómo?.-
-Es que estar cuidando aquí todo
el día con este calor se hace insoportable y quisiera una cerveza.- Gabriel
sonrió y asintió a la oferta.
-Usted es un buen hombre.-
Agregó mi amigo.
-No.- Dijo el calvo sin salirse
de su compostura.- Sólo soy un alcohólico.- Gabriel no sabía si reírse o
lamentarse por la declaración así que simplemente se despidió con amabilidad y
entró a la casa. Recorrió los pasillos, subió la escalera, estaba mentalizado
que la encontraría. Llegó a lo que antes había sido su cuarto y la pudo
encontrar. Vestía una polera corta de color rojo que le dejaba ver su ombligo,
usaba unos pantalones anchos y calzaba sandalias. Su cabello estaba cubierto
por una toalla, seguramente salía de la ducha. Paulina estaba moviendo una
caja, apenas vio a Gabriel frente a ella le pidió su ayuda para trasladarla a
otro rincón de la pieza, éste no dudo un segundo.
-No te había visto nunca por
aquí.- Dijo Paulina mientras acomodaba la caja.
-Antes vivía aquí, en este mismo
cuarto.- Le respondió Gabriel con sus ojos incrustados en el rostro de la bella
joven.
-Ah, bueno. Yo vivo aquí ahora.
O vivía, mejor dicho.- La chica se acercó a su cama y levantó una botella de
agua que estaba esparcida ahí. Le ofreció un poco a un embobado Gabriel que no
paraba de seguirle los pasos. Paulina algo nerviosa, se presentó.
-Sé quien eres, Paulina, desde
que llegué a esta región no he dejado de buscarte.- Contestó Gabriel con una
seguridad que ni yo la podía creer. Éste se acercó con autoridad sobre la chica
y ella retrocedió unos pasos por prudencia.
-Discúlpame.- Le dijo sonriendo
tímidamente.
-Paulina, creo que tú y yo
podemos ser amigos.- Paulina soltó una risita.
-¿Amigos?.-
-O lo que tú quieras, Paulina.
Yo necesito conocerte, desde que te vi sentí algo muy especial y…y creo que tú
también lo sientes ahora que me conoces.- La chica no quiso responder y
prefirió mirar a otro lado. Mi amigo quiso tocarle el rostro, pero se contuvo,
bajó su mano.
-¿Has probado los coyotes?.-
Dijo con un tono galante. El ambiente que se respiraba en la habitación era de
profunda seducción, ella se mordía el dedo índice mientras jugaba con algún
mechón de su cabello que se le escapaba de la toalla y él intentaba atraparla
con el tono de voz más profundo que pudiese entregar, la soledad de esa pieza
los hacía casi envolverse el uno al otro.
-Nunca los he probado.-
Respondió risueña.
-Son deliciosos, podríamos tomar
uno de esos un día, dame tú número para que….
-Oye, vas rápido, mejor tú dame
tu número.- Gabriel sonrió, ella era astuta, cuando sacó su teléfono, la
tranquilidad y goce que estaba sintiendo por el mero hecho de hablar con
Paulina se desvaneció al percatarse de que le había llegado a su teléfono un
mensaje de texto de Lina, su novia, quien le pedía que lo llamase lo antes
posible. Envuelto en cierto frenetismo, Gabriel le dio su número de celular
apresuradamente a la chica y se fue torpemente de la pieza. Bajó la escalera y
cruzó el pasillo a toda velocidad. Al salir de la casa el calvo lo interrumpió.
-¿La encontró?.- Preguntó éste,
Gabriel apurado le dijo que sí.
-Mentira, en esta región nadie
encuentra a nadie.- Le contrarió el calvo. Gabriel no tenía tiempo para
charlar, se había puesto nervioso, le respondió con un pobre pestañar de ojos.
-¿Oiga y la cerveza?.- Le
recordó el hombre.
-Lo siento, es que me tengo que
ir…me llamó mi novia.-
-Ah…Es un pillo. Bueno será para
después.-
-Sí, para después.- Dijo Gabriel
bajando las escalas, mas el calvo lo detuvo de nuevo.
-¿Sabe usted porque sé yo que
nos volveremos a ver y nos tomaremos una cerveza?.- Mi amigo dejo ver en sus
ojos un gesto de molestia debido a que estaba apurado.
-Porque usted es un psicópata y
yo un detective. Nos veremos de nuevo y nos tomaremos esa cerveza.- Aseguró el
calvo sin dejar nunca de lado su actitud seria, aquella que tanto descolocaba a
mi amigo quien no tuvo más remedio que asentir e irse lo más rápido que
pudo. Mientras se alejaba, Gabriel
sentía una extraña satisfacción en su pecho, respiraba de una manera más
circular si es que se podía describir de esa manera la tranquilidad. De todas
formas, el goce le duró poco porque al momento de llamar a su novia, su celular
vibró otra vez. Otra llamada, ahora se trataba de Isidora, sí, de la misma
chica que yo había violado. Gabriel la había estado evitando, pero por descuido
le contestó el teléfono. Después de hablar un rato con ella se sentó bastante
abatido en la acera. Llamó a su novia, habló con ella otro tramo y su cara se
descompuso.
-¿Qué pasó?.- Le pregunté,
rompiendo un poco la verdadera ley del hielo que contiguamente nos habíamos
estado haciendo.
-¿Con Lina o la otra loca?.-
-¿Eh? Pues con ambas.- Gabriel
dio un soplo al suelo, a pesar de su evidente mal estado en ese momento, yo no
podía entrar en sus pensamientos.
-Lina me dijo que venía en un
bus hacía acá, que era una sorpresa por nuestro aniversario, llegará en dos
horas. Y bueno, la otra estúpida quiere lo mismo que ha querido desde que la
violaste, que la folle de una vez por todas.-
-¿Cuál es el problema?.-
-¿Cómo que cuál es el problemas?
El problema es que acabo de hablar con Paulina y con Lina acá se joderá todo. Y
bueno, la otra loca, la verdad no me interesa, pero tengo que follarla o si no
es capaz de denunciarme, aún pueden quedar
algunas marcas de mi semen dentro de ella.-
-No te compliques, yo me encargo
de Isidora, en media hora la dejaré lista. Después vemos como enviamos a Lina
devuelta a Tal.- Mi resolución fácil y rápida pareció complacer a mi amigo que
se veía bastante desesperado. Por alguna extraña razón (quizás la
desesperación) confió en mí y me dejó poseerlo sin titubeo alguno. Mi amigo me
explicó que no le daban las agallas para hacerle algo a Isidora, primero porque
le repugnaban las violaciones y segundo, porque realmente la encontraba
insoportable, como sea, en poco rato yo tenía el control de su cuerpo y de casi
todas sus emociones. Fue un traspaso bastante amigable. Él simplemente cerró
sus ojos y me dejó manipularlo, así debe sentirse tener fe.
Pasado un rato me dirigí al
departamento, a pesar de que Gabriel no estaba consciente del control total de
sus acciones, igual podía permitir el vacilar o negar algunas decisiones, algo
que a mí realmente me descolocaba, pues por unos momentos pensé para mis
adentros que yo volvería a tener el control total de las cosas. Isidora llegó
al departamento, no la recordaba tan baja, se había teñido unos mechones de su
cabello de un verde bastante mal colorido, llevaba un vestido azul muy ceñido
en las curvas. Me miró con total desesperación.
-¿Por qué me hiciste esperar
tanto para volver a vivir esto?.- Dijo
con un frenesí que me hizo retroceder un par de pasos, pues su rostro era un
poema de total desesperación. Con vehemencia y sin que yo lo viese venir se
lanzó sobre mí aferrándose a mis hombros. Mordisqueó mis labios, manoseo mi
pene (o bueno, el de mi amigo) luego dispuso con absoluta entrega su culo
frente mi entrepierna. Yo bastante acorralado, traté de llevar el ritmo de la
situación, con mis manos acaricié sus piernas y comencé a subirlas hasta que
mis dedos pudiesen hurgar dentro de su falda, trate de tocar con la yema su jugosa y voluminosa entrepierna, mas la
excitación había apoderado por completo a Isidora que sin dejarme continuar en
mi voluntad se dio vuelta y me lanzó al suelo para otorgarme un torpe y
atolondrado chupón en el estomago que culminó en un doloroso sexo oral. Lo
chupaba con tal imprecisión que tuve que
pedirle que se detuviese, mas ella estaba totalmente desenfadada, aprisionaba
el pene y los genitales con toda su boca, era entre maravilloso y asqueroso
contemplarla echarse todo lo que me colgaba de la entrepierna a su boca que se
abría como salamandra. Enojado la tiré lejos y fui decidido donde ella, la
arrinconé y le rasgué la ropa con fuerza, eso la excitó.
-Sí, así, ahora pégame.- Me rogó
perdida en su excitación, yo vuelto un verdadero caos por no saber bien como
tratarla la abofeteé sin medirme en la fuerza, el golpe pareció dejarla algo
noqueada, pues llevó su rostro al piso, al parecer arrepentida y adolorida, no
obstante, rápidamente dirigió sus enajenados ojos hacía mí.
-Bien, ahora quiero que uses tu
cinturón, quiero que me ahorques
mientras me follas.- Me quedé perplejo, ella avanzaba gateando hacía mí, se deshacía de mis pantalones mientras su
propio vestido echo jirones se le iba desprendiendo quedando vertido en el
suelo. Continuó con su frenética manera de chupar, primero absorbió mis
testículos hasta el punto en que llegaba a sentir que uno de ellos desaparecía
y luego prorrumpía a lamer y hasta morder con sus maxilares mi pene por todos
sus contornos, esto involucraba por supuesto, el prepucio y la uretra. Aquello
me provocaba un ardor tan terrible que decidí darle su merecido empujándola
fuerte, luego sin darle respiración la tome del cabello y la levanté como quien
levanta una muñeca de trapo, me senté furioso en una silla ahí repartida y la
monté encima de mí. Le dije que se pusiera como una yegua desenfrenada, ella lo
hizo con gusto. Cabalgaba sobre mí mientras le daba más excitación a mi pene
que se ponía como una roca dentro suyo. De esta manera, contra la luz que
entraba por la ventana, nuestras siluetas proyectadas sobre la pared enmarcaban
nuestra posición sexual. Ella manejaba la intensidad con el ritmo de sus
jadeos. Isidora se movía bruscamente,
sus mechas verdes traían un vaivén que golpeaba mis mejillas, mas no me
importaba.
-Ahora lo haré con mucha fuerza, así que
prepárate.- Le dije mientras pellizcaba su carnudo culo, ella envuelta en
gemidos alborotados me respondió vuelta loca que sí, de esa forma comencé a
apresurarme en mi actuar, mi intención era dejarla casi noqueada con el fuerte
palpitar de mi pene alargándose dentro de su hambriento coño. Me agité mucho
por lo que poco a poco comencé a perder la noción de mi realidad, Isidora fue
quien me volvió en sí, pero porque según ella no estaba sintiendo absolutamente
nada placentero.
-Por favor, esto no es nada,
¿por qué no me lo haces como la otra vez?.- Decía con una expresión de letargo
en su rostro. Ya la excitación claramente se había ido. Algo sorprendido por
esta nueva reacción le pedí que se tendiera en el suelo para que se lo pudiese
hacer como la otra vez en la plaza. Repetí la operación casi de la misma forma,
pero los resultados estuvieron lejos de ser los mismos. Isidora se veía
bastante aburrida, poco a poco su humedad se secaba y empezaba a molestarse de
que metiese tanto mi pene ahí (ok, ok, el
pene del tonto de Gabriel) su cara de asco no dejaba nada a la imaginación,
yo hacía algo mal y no podía entender qué era.
Medía hora de frustración pasó
en que no logré satisfacerla por ningún segundo. Vuelta hacía su sombra,
Isidora se fue de la casa con una ropa barata que tuve que comprarle
rápidamente en una tienda comercial que estaba a cuadras del departamento.
Isidora se fue sin pena ni gloría, bastante molesta, me denigró como amante y
me pateó la entrepierna. Sin entender lo ocurrido, me tendí sobre un sillón y
miré el techo preguntándome ¿qué demonios había pasado aquí? ¿Por qué las cosas
salieron de esa forma? Y lo más importante ¿qué era ese sentimiento ardoroso
que me obstruía el pecho con irritación? ¿Sería acaso el remordimiento u otra
cosa invisible del que las personas suelen quejarse? No lo sé, pero era
molesto, no me dejaba tranquilo, una sensación desesperante de querer volver el
tiempo atrás y hacer las cosas bien. Frustración, eso me carcomía, por primera
vez una horrible sensación de frustración me asolaba. Después de caminar como
tal león enjaulado lo hiciese en su metro cuadrado, enfurecido me tendí
nuevamente sobre el sofá, pero esta vez de cabeza. Simplemente me quede
esperando que Gabriel volviese a tomar el control de si mismo.
La llegada de Lina fue aburrida,
ella no era una chica preciosa, mucho menos despampanante, era el prototipo de
cualquier muchacha normal que se alimentaba más por los impulsos nerviosos que por
las dietas, por lo tanto se notaba que su estomago engordaría más temprano que
tarde. Su cabello negro y enrulado tenía cierta gracia y picardía, mas sus ojos
eran esplendorosos, se podrían decir que eran de un turquesa envidiable. A
penas la vi, casi por arte de magia, todos los recuerdos que Gabriel alberga en
su mente sobre ella se me abrieron como puertas corredizas y pude sin ningún
problema navegar por aquella infinidad de recuerdos y pensamientos. El primer
beso, la primera vez que intentaron tener sexo, conversaciones memorables…
cosas así, cosas que antes me estaban absolutamente vedadas. Lina ya había
venido antes a la región del mar, fue en el tiempo en que estuve enterrado en
aquel foso, por lo que los paisajes idílicos de puestas de sol sobre el mar no
le eran ninguna novedad. Por medio de los recuerdos me enteré que Lina profesaba
un amor incondicional hacía los perros y gatos, en general hacía cualquier
animal, de hecho era vegetariana. También era una persona muy activa en cuanto
al orden y la limpieza de la casa, se pasaba regañando a mi amigo por esos
menesteres. Ambos pasaban largas tardes caminando por el borde de la soleada
región del mar, mirando el horizonte templado, altivo, hermoso. Aquellas tardes
aburrían sobradamente a mi amigo y más aún, a mí, que me veía encerrado en una
especie de cárcel en donde ya casi no podía opinar nada, mis palabras se
volvían mudas para Gabriel y lo único que podía hacer era seguirlo a dónde iba
y bucear en los recuerdos que tenía sobre Lina.
Ellos se conocieron en la
universidad, según parece ambos almorzaban en la misma cafetería y mi amigo
solía mirarla comer junto a sus amigas, ella sabía aquello por lo que un día
decidió tomar la iniciativa para conversarle, este suceso conmocionó en gran
medida a Gabriel, pues no estaba acostumbrado a que algo así le pasara. Después
de una breve, pero interesante charla para ambos (aunque en el fondo se trató
de una charla bastante infantil) emprendieron una silenciosa relación basada en
las risas y coqueteos absurdos, nunca en la amistad. Tan sólo cinco meses
después de esa primera charla, ella se atrevió a besarlo en medio de una plaza
en una tarde otoñal. Dos años después comenzaron con los jugueteos sexuales,
por iniciativa de ella claramente, esta fase de la relación se prolongó por
mucho tiempo, principalmente porque Gabriel siempre tenía dudas e inseguridades
al respecto. Siempre salía con cosas como que su pene no medía lo suficiente,
que se sentía precoz, que el miedo a que Lina quedara embarazada lo inundaba,
que el condón se podía romper, que tal vez la podía penetrar tan fuerte que la
terminaría dejando aturdida y con la boca abierta, muriendo ahogada por su
saliva… en fin, Gabriel siempre sacaba ese tipo de excusas para simplemente
masturbarse frente a ella. De alguna forma Lina soportaba esa situación, tal
vez porque lo amaba, pero en cada momento se notaba mucho que ella siempre
quería ir un paso más allá. Este comportamiento tan aturdido por parte de mi
amigo naturalmente traía conflictos a la relación, serios conflictos que
Gabriel siempre solventaba con cosas como “El sexo no debe ser lo primordial
entre nosotros”, “No quiero que seamos como esas parejas que ocupan como excusa
el sexo para estar juntas, quiero que el amor sea lo primero” Y cosas por el
estilo que la muchacha se tragaba casi siempre embobada, finalmente una noche
en que ambos estaban algo ebrios, la penetración se dio, mas no hubo coito. El
asunto siguió así, penetración sin coito. Gabriel ni siquiera lograba empezar a
excitarse, su pene se mantenía erecto casi por efecto reflejo, siempre
terminaba cansado y sacando el pene para masturbarse, eyaculando en el vacio,
hecho que también molestaba mucho a Lina. Al cabo de cinco años Gabriel logó
complacer a Lina dándole un orgasmo luego de besarla suavemente por su cuerpo y
de otorgarle un sexo oral que al parecer dejo a la muchacha por las nubes,
después de esa situación Gabriel se sintió bien consigo mismo y le gustó el
hecho de haberle causado placer a la
mujer que supuestamente amaba; sin embargo, aquello lamentablemente no fue algo
continúo y pasaron largos periodos en
que el sexo no era más que un tramite aburrido que realizaban por el simple
hecho de ser pareja.
Era obvio que la relación se
agotaba sin cesar, la primera noche después de su llegada, por insistencia de
Lina intentaron tener sexo con resultados abominables. Mi amigo apenas y pudo
erectarse. Los días siguientes tuvieron un poco más de acción en ese sentido,
pero siempre era lo mismo, él nunca eyaculaba, jamás podía lograr chorrear
dentro de ella. Contemplando toda esta situación me di cuenta que nuevamente mi
energía se debilitaba, mis fuerzas tambaleaban como si caminase por una ligera
cuerda floja, me di cuenta que más allá de los recuerdos de Lina y Gabriel, que
él insistía en revisitar, pero que por alguna razón estos mismos comenzaban a
desaparecer o a borrarse lentamente como una cinta de video de la cual se hace
uso y abuso. Yo no tenía ni voz ni voto en las pálidas decisiones de mi amigo.
Era hora de volver a la realidad, yo solamente existía cuando Gabriel me
invocaba, no había forma de ser nadie sino era así, pero entonces, ¿cómo
diablos yo podía pensar?
Un día mí amigo logró estar un
rato a solas, aprovechó de deshacerse de Lina haciendo algo que hasta hace unos
días no había hecho, trabajar. Por fin se paseó por la pequeña iglesia que
Leroca le había comentado, era una construcción de piedra, una pequeña iglesia
pero con un gran campanario, a Gabriel no le costó nada reconocer que en las
horas que las campanas sonaban una melodía se podía escuchar, no era
simplemente un sonar ordinario de campanas, había una armonía que se
intensificaba todos los días a las seis de la tarde. La extraña tonada quedaba
suspendida en el aire casi alineando a los albatros que volaban por esas
latitudes del cerro (porque sí, la iglesia se encontraba muy arriba en el
cerro) a volar en dirección fija hasta quizás el mismo sol. Dentro de la
iglesia ya había empezado la misa y difícil era que cupiese un alma más en
aquel atestado santuario, con dificultad y algo de imaginación se podía ver los
tubos del gigantesco órgano que al lado derecho del santuario la anciana
seguramente tocaba. En cierta medida la mujer no tocaba ninguna canción que no
fuese religiosa, como mi amigo no tenía interés alguno en escuchar una misa
decidió salir un momento para fumar un cigarro. Y entonces después de muchos
días me habló.
-¿Qué te pasó esa vez con
Isidora?.-Se dignó a preguntarme a sabiendas de mi vergüenza por tal suceso.
-No lo sé, no he vuelto a pensar
en eso.-
-Seguramente no tienes armas en
el sexo.-
-Puede ser.-Consentí.
-Lo es, provienes de mí y yo de
sexo no sé nada. Con Lina lo intento, pero no me agrada, no me gusta verla
encima de mí. Me excita besarla, acariciarla, me gusta excitarla, pero cuando
llega mi hora ella me deja muy insatisfecho, mi pene se erecta porque pienso en
Paulina, cuando estoy besando los labios vaginales de Lina pienso que son los
de Paulina, que son seguramente rozados como el interior de un durazno, pienso
que cuando traslado mis labios húmedos desde la punta del clítoris de Lina
hasta la punta de su ano, pienso que se trata de la carne y piel de Paulina y
de hecho una vez le susurré cerca de su perineo, Paulina. Lo dije en voz muy
baja, ella estaba gimiendo excitadísima, y no me pudo escuchar. Uff, hasta éste momento ha sido lo más excitante
que he tenido con Lina, me ha provocado una erección tan grande.- Mi amigo se
sentó cerca de una baranda, frente a él podía contemplar todo un cerro, a su
derecha estaban los escalones que inducían a la pequeña iglesia en donde el
órgano se dejaba escuchar tan fuerte como si se tratase de una banda de rock.
-¿Qué vas a hacer?.- Dije casi
contra mi voluntad. Era una verdad absoluta que yo me encontraba muy
debilitado. Gabriel me dijo con expresión decidida y audaz que lo que debía
hacer era encontrar a Paulina.
-Ni siquiera me llamó como dijo
que iba a hacer.- Se lamentó mi amigo.
-Preocúpate de Lina.- Fue mi
único mensaje. Un mensaje que hizo estremecer en rabia a Gabriel, de pronto me
volvió a encerrar en una jaula dentro de su cabeza, mi estado deplorable no me
dejaba alegar, simplemente me limité a obedecer y mirar lo que el observaba así
como a seguir los pensamientos repentinos que a él se le ocurrían. Ya la gente
salía de misa, la nueva campanada no tuvo melodía alguna, al contrario era
ruido que hacía volar alborotadas a las palomas cercanas al recinto. Mi amigo
se adentró en la pequeña iglesia, esquivó a un par de creyentes y se dirigió
con velocidad hacía la que ejecutaba el órgano. Se trataba de una señora
robusta, de cabello corto y rubio. Tenía un aspecto bastante varonil, pero una
genuina actitud de madre tierna, mi amigo le dijo un par de cosas y ella se
sintió alabada. Una conversación sin sentido se desarrolló entre ambos, era tan
innecesaria que poco a poco fui durmiéndome.
Al despertar me encontré en la
habitación de Gabriel, era de noche y la ventana estaba abierta, en la cama la
pareja intentaba consumar su amor del modo más orgásmico posible, sentí lastima
por ambos. Gabriel hacía lo posible por montarse sobre Lina que se aferraba a
los barrotes de la cama para así quedar más abierta de piernas y darse por
absoluto a la penetración. Mi amigo lamía el rostro de su pareja con evidente
desdén y manoseaba sus senos como si intentará arrancárselos con vehemencia. A
pesar de que la pareja estaba desparramada en potente sudor, ninguno parecía
realmente encandilado con tal situación, Lina simplemente hundía sus dedos
sobre la gruesa espalda de mi amigo intentando lograr una pobre excitación.
Rápidamente el pene se endureció y aprovechando la situación Gabriel sacó del
velador una envoltura de condones. Con más dolor que satisfacción se puso el
condón y penetró esa tibia boca de la mujer que aguardaba con impaciencia el
afilamiento de la verga. Los gritos de dolor por el mal camino que llevaba
Gabriel al momento de ingresar lo asustaron y pensó en sacar su pene de ahí,
mas la confusión lo llevo a arquearse y meterlo más a fondo.
-No así no.- Pedía Lina.
-¿Entonces cómo quieres?.-
Preguntaba él con molestia.
-Trata de hacerlo más suave, por
favor, más lento.- Pedía ella entre el disgusto y el horror. Gabriel se
molestó, mordiendo sus labios afirmó sus manos sobre las barandas de su cama y
fuera de si gritó mientras penetraba con salvaje alevosía.
-¡Más lento, siempre más lento!
Nunca me dejarás disfrutar lo que quiero, jamás lo has hecho. Nunca has sido
capaz de excitarme.- Gritaba él entre agitados movimientos de pelvis que lo
agotaban. Lina se escandalizaba, poco a poco se iba consumiendo en dolor y
molestia.
-Para, para, para.- Ordenó ella
ya al último, zafándose de ese cuerpo que la penetraba sin compasión y
corriéndose de la cama, cayendo al suelo, comenzando a llorar. Mi amigo aún en
la cama y boca abajo, comprendió de pronto
lo que había conseguido con su impetuosa cólera. Suspirando se quitó el
condón del pene y lo lanzó por la ventana. Mientras escuchábamos los sollozos
de Lina entre el silencio nocturno de aquel tranquilo barrio, sentí de pronto
un ruido cerca de la puerta. A pesar de que Gabriel también reaccionó levemente
pude constatar que no se trataba de un ruido provocado por una persona sino
Lina bien se hubiese asustado.
-Lina, ¿qué nos ha pasado?.-
Preguntó de pronto Gabriel con un tono consolador. La muchacha en principio se
resistía a responder, pero finalmente, algo más calmada dijo sentándose en el
piso y afirmando su espalda contra la cama.
-No lo sé. Gabriel, dime la
verdad ¿Te excito?.-
-Por supuesto que sí, me excitas
como mujer y además me encanta como eres.-
-Entonces por qué nunca has
eyaculado dentro de mí, he hecho siempre lo que has querido para que lo pases
bien, porque te amo, porque te quiero ver contento gozando tal como tú me has
hecho gozar a veces. Hay muchas cosas que no me han gustado.-
-Como el sexo anal…Interrumpió
Gabriel, sonriendo un poco.
-Yo realmente quiero envejecer
contigo, quiero estar a tú lado siempre, pero, pero esto también es muy
importante, una mujer se siente muy mal cuando no tiene una satisfacción
sexual. Últimamente he pensado que tal vez tú y yo deberíamos…
-No.- Gabriel detuvo las
palabras de Lina agarrándola del brazo. –No, por favor. Yo con quien más quiero
estar es contigo, cuando termine este trabajo nos iremos muy lejos de este país
a hacer una vida completamente nueva juntos tú y yo.-
-Ves, ese es el problema. Eres
tú el que se quiere ir de este país, yo estoy bien aquí, tengo mi familia, mis
amigos, mi trabajo y me gusta. Sólo te he dicho que me gustaría irme para darte
en el gusto, sólo porque es tu sueño irte, ¡pero estoy cansada! realmente
quiero hacer las cosas a mi medida también.- Lina comenzaba a tomar aires
decisivos, de pronto se levantó y comenzó a vestirse.
-Lina amor, yo quiero estar
contigo, necesito estar contigo.-
-Sólo lo dices porque no conoces
otra vida. Tienes más miedo que cualquiera a un cambio, pero yo, yo ya me estoy
cansando. Todos los días empiezo a notar tu indiferencia, estoy cansada de ser
un gomero, de ser la mujer que tiene que escuchar tus sueños y callar los
propios, estoy harta de ti.-
-Lina, cálmate. Buscaré ayuda
profesional, quizás no puedo eyacular por un problema psicológico o…
-Siempre me dices lo mismo, pero
nunca lo haces, porque simplemente no te interesa eyacular en mí. Te gusta
masturbarte, te gusta mucho, nunca tuviste tapujos en decírmelo ni en
mostrármelo, pero se acabó, estoy harta de eso, si quieres que me convierta en
una mano yo no me pienso seguir prestando para eso. Si realmente hubieses
querido buscar ayuda medica lo hubieses hecho hace mucho tiempo antes y eso tú
bien lo sabes.- Lina ya estaba totalmente vestida, paseó por la casa sacando
las pocas cosas que tenía disueltas por ahí, mientras Gabriel bastante urgido
se levantaba rogando una oportunidad más.
-Ni una más Gabriel, quiero
terminar contigo ya.- Le ladró la mujer.
-Lina, el sexo no lo es todo.-
Rogaba el hombre.
-Cuando te conviene no lo es
todo. Yo ya no seguiré aquí.- Lina llegó a la puerta y de pronto se detuvo,
observo a Gabriel, se veía patético, un esperpento bastante triste; sin
embargo, la rabia inundó el rostro de Lina.
-Gracias por este cumpleaños
Gabriel.- Posteriormente salió de la casa dando un portazo. Mi amigo corrió en
paños menores tras ella para evitar que se fuese totalmente del departamento.
Abrió la puerta y le agarró el brazo con fuerza. Ella enrabiada tironeaba con
la intención de librarse, pero éste comenzó a zamarrearla y de pronto sin darse
cuenta, usó demasiada fuerza, tanta que Lina se resbaló y tropezó por las escalas cayendo de cabeza
directamente al piso. Mi amigo estupefacto corrió a asistirla. Lina se había
golpeado de manera fatal, estaba completamente muerta. Gabriel no lo podía
creer, mientras tenía en brazos a Lina lloró como un pobre niño huérfano que se
muere de frío. Gabriel no lo podía creer.
Los días posteriores, una culpa
tormentosa dejó a Gabriel atiborrado al vino. Así estuvo por al menos dos días.
No dio aviso a nadie y se mantuvo con el cuerpo inerte de Lina a su lado, ni
siquiera yo podía hablarle, pues mi boca estaba cerrada, es más, se encontraba
atada. Una noche, agitado por las convulsiones mentales que le había provocado
el vino en exceso, Gabriel soñó que llevaba entre sus brazos el cuerpo de Lina
(vestida sobre un virginal traje blanco) al océano. Llegó a una de las tantas
playas costeras que tiene la ciudad del
mar y se mantuvo firme mirando el horizonte con la mujer en sus brazos. Gabriel
respiró hondo y comenzó a caminar hasta sumergirse completamente en el agua sin
soltar a la chica en ningún instante, se hundió en el mar y en aquellas
profundidades la luz pudo penetrar de un
modo diferente, era distinta a la luz que llegaba directa desde el cielo. El
mar transformaba aquella luz en un halo de cristal que fluía junto las
burbujas, enrollando el cada vez más caliente cuerpo de Lina. Gabriel sentía el
calor en el corazón de la mujer y sonreía dejando que sus dientes se esfumasen
de su boca separándose como estrellas de mar que recorren cada punto del lejano
y vasto océano. La carne y piel de mi amigo también se desparramaban por las
aguas, separándose de los huesos y brindando de un tono majestuoso a aquellas
profundidades acuáticas. Poco a poco los huesos de Gabriel se rompieron, los
huesos simplemente tronaron y desaparecieron, quedando solamente el cuerpo de Lina, flotando muy solemnemente
con la luz que golpeaba directamente a su pecho hasta hacerla abrir los ojos.
Cuando Gabriel despertó,
descubrió que una botella de vino se había derramado sobre él, empapándolo de
tinto, haciéndolo parecer un desangrado junto al cuerpo inerte de Lina. Mi
amigo me miró, yo había estado durante todo ese tiempo flotando como alma dentro
de su sueño, cuando despertó yo también tomé conciencia de la realidad.
-¿Viste lo que soñé?.- Me
preguntó. Yo le asentí, pues aún no podía hablar, Gabriel con los ojos
brillosos se levantó enérgico, echó una rápida mirada al cuerpo de Lina.
-Es temprano.- Dijo simplemente
mientras iba a su cuarto a cambiarse la camisa. Era cierto, los rayos del sol
hermoseaban la mañana. Al poco rato apareció Gabriel vestido de otra forma y
llevando un maletín con él. No pude saber que tenía planeado hacer con eso,
pues su mente comenzaba poco a poco a negárseme. Intuía que una confianza
insospechada brotaba como girasol en su corazón. Lo primero que hizo mi amigo fue ir por una
bolsa de plástico color negro, con ella enrolló al cadáver, luego salió de casa
(naturalmente fui con él) y arrendó
un auto en aquellos negocios caros. Durante todo el transcurso del viaje
Gabriel iba tranquilo, incluso silbaba bastante relajado. Finalmente metió el
cuerpo de Lina en el maletero del auto, llegó a una de las playas más
deshabitadas de la ciudad del mar y lanzó el cadáver al océano, contempló como
éste se hundía y se quedó ahí parado por varias horas, incluso lloró.
-Lobo, desde hoy se acabaron los
miedos. Se acabó Paulina. Me dedicaré a trabajar y a ser mejor.- Él me hablaba,
pero aún no me permitía esbozar parlamento alguno. Cuántas veces le había
escuchado aquellas palabras a mi amigo “Me dedicaré a ser mejor” muchas veces
se había hecho la misma promesa. Internamente lamenté todo lo ocurrido, Gabriel
pareció no sentir mi extraño pesar y regresó al auto. De camino a casa, mirando
la costa, Gabriel en un momento dado decidió parar, se estacionó y se adentró
en un roquerío con su misteriosa maleta. Buscaba a alguien que rápidamente
encontró. Era Clarita, estaba cocinando un pescado a orillas de la cueva.
Gabriel la saludó con algo de vergüenza.
-¿Y el eneágrama?.- Preguntó
Clarita, mi amigo bastante apenado abrió su maletín revelando su contenido. Ahí
estaban las piezas que quedaron del tablero.
-Intenté reunir todas las piezas
posibles.-
-Bueno, lo importante es el
esfuerzo.- Dijo siempre sonriente Clarita, posteriormente entraron a la carpa,
el perro ladró otra vez a Gabriel, aunque yo bien sabía que me ladraba a mí,
como se ponía incontrolable Clarita lo amarró y después entramos a la carpa.
-Dime, ¿cómo ha sido tu vida en
esta región?.- Preguntó ella mientras servía una infusión de manzanilla a mi
amigo, él intentaba ordenar las piezas del tablero del eneágrama como si se
tratase de un rompecabezas.
-Pues muy extraña. Creo que fue
Arthur Miller el que dijo en alguno de sus libros que en cualquier calle de
Nueva York puede pasar algo. Obviamente se refería a un suceso físico porque
aquí en la región del mar no pasa nada y a la vez pasa todo, me refiero a algo
mental.- Contestó Gabriel mirando absorto las piezas repartidas del eneágrama,
luego tomó un sorbo de la infusión de manzanilla que Clarita le había
preparado. La mujer encendió un cigarrillo, en realidad era tabaco que ella
misma se fabricaba.
-Ah bueno, es la osmosis que
produce la locura de la región del mar. Una esquizofrenia que decidió quedarse
en este lugar.-
-¿Cómo así?.- Preguntó respetuoso
Gabriel. El rostro de Clarita adoptó una forma seria, miró fijamente un punto
de la mesa que parecía carcomida por el tiempo y los insectos.
-Hace ya setenta años hubo aquí
uno de los maremotos más desastrosos que se tenga memoria.-
-Habla del maremoto del…
-Sí, ese mismo, pero los medios
nunca lo transmitieron como realmente fue. Hasta el día de hoy se sabe que fue
el maremoto más devastador en la historia del mundo, pero eso sólo lo sabemos
los sobrevivientes.-
-¿Acaso los medios y la historia
ha minimizado los hechos?.- Clarita asintió, Gabriel preguntó la razón.
-Porque esta región antes del
maremoto era la principal arma económica del país. De aquí se exportaba el
mayor producto que sustentaba los bolsillos de todos, el pescado. Además, la
ciudad del mar era el punto neurálgico de la nación, aquí se tomaban las
principales decisiones políticas, los más grandes actos se congregaban en estas
tierras, la región del mar era lejos la región con más vida. Cuando ocurrió el
maremoto, los peces desaparecieron y no sólo eso, las olas arrasaron con casi
el 88% de la población, es decir, los
que quedamos parados fue sólo por milagro, ni hablar de las calles, decir que
era un apocalipsis sería poco, la destrucción era total. ¿Crees que el gobierno
informaría al país que la región que concentraba su principal riqueza había
sido destruida? Imagínate la histeria y paranoia que se hubiese provocado. El
caos total, la anarquía con todas sus letras.-
-Entonces ¿qué pasó?.-
-Se reconstruyó. Poco a poco,
mientras la economía del país tuvo que sustentarse por otros medios. Las casas comenzaron a
construirse en lo alto, muy pronto se atestaron todos los cerros de casas, pues
en las calles ya no se podía construir nada. De hecho el mar había avanzado
tanto que no pensaba en retroceder, se quedaría en un mismo punto. Los que
quedamos vivos, obviamente quedamos con un daño psicológico inmenso, un daño
del que nadie se hizo cargo y que degeneró en una ciudad bohemia y psicótica
que se heredó a las nuevas generaciones y esas nuevas generaciones seguirían
devastándola. Los años pasaron y se construyeron bares, se hizo la bohemia
nocturna, se trajo diversión, luces, poco a poco la región del mar volvía a ser
el centro de interés del país, pero ahora por su locura desenfrenada. Y esta
fama se la debe básicamente a los extranjeros que vienen de visita aquí y que
quedan totalmente trastornados por la locura de esta ciudad. Una locura que
nació de una catástrofe.- Gabriel miraba a la señora con atención, parecía que
ahora que le había contado esa historia se había vuelto más vieja. Con algo de
temor, pero con cierta seguridad de que Clarita le respondería con la verdad,
Gabriel preguntó respetuoso.
-¿Usted perdió a alguien
importante en ese maremoto?.-
-Sí. Yo era sólo una muchacha
que había dejado los estudios y la familia para irme a vivir con un pescador.
José, él era mucho mayor que yo, pero me quería y me enseñaba cosas de la naturaleza, sobre todo del mar. A
un año de vivir con él nació nuestro único hijo, Dieguito. Un día José llegó a
casa todo empapado, me dijo que su barco se había volcado en plena mar y que antes de morir ahogado tuvo una visión
ante sus ojos, luego lo rescataron, pero el no podía olvidar lo que había visto
en el fondo de las aguas. Por los próximos dos años José se pasó vociferando
que el fin del mundo llegaría el 21 de Mayo, se había transformado en un
profeta por la visión que le había entregado el mar. Le creímos loco, tanto así
que él mismo se encargó de dejar todo para continuar firme a su convicción y comenzó
una vida ascética como vagabundo profeta. Un día, mientras anunciaba el fin del
mundo en una plaza, unos marinos, supongo que sólo por diversión, lo golpearon
con tanta violencia que terminaron quitándole la vida. Dos días después fue el
21 de Mayo y ocurrió el maremoto.
Mi hijo murió arrastrado por esas hambrientas
olas, yo apenas pude sostenerle su manito. Nunca encontraron su cuerpo.- En voz mucho más baja, casi susurrando,
Gabriel quiso saber por qué ella se la
pasaba tanto rato en este lugar. Clarita hipnotizada, avanzó lentamente, casi
arrastrando sus pies por la tierra, salió de la carpa. El perro que dormía percibió
su ánimo y la miró con extrañeza.
Clarita llegó hasta los pies del mar, respiro hondo y se giró para ver a mi
amigo.
-Porque me quiero reconciliar
con el mar. Pase casi toda mi vida odiándolo, pero, pero esta vida se hace
corta. Te lo dice alguien que ya tiene ochenta y seis años. Estar en paz,
reconciliarse con aquello que te causó tanto dolor es necesario para que el
tiempo pueda seguir transcurriendo, si no, simplemente son horas que pasan,
horas que se alimentan del reproche y la amargura, horas que se sienten como
vejez. Es pasado que no se recuerda, es tiempo perdido. Por eso, he decidido
que lo que me queda de vida, lo invertiré en reconciliarme y reencontrarme con
el mar. Y tú Gabriel ¿hay alguien o algo con lo que quieras reconciliarte?.-
Gabriel no supo que decir, sentí de pronto un tambaleo que me hizo daño,
pareciese que incluso mil agujas se me clavaban con intensidad en la cabeza,
aquella sensación me hizo ir perdiendo de a poco la cualidad de visión. Al
despertar vi a mi amigo sentado en el living de su casa. Estaba pensativo
mirando por la ventana las luces sintéticas que alumbraban la noche en la
ciudad. El mar no podía reflejar la luna
escondida en esa espesa niebla, Gabriel miraba sobre todo, el cielo, intentando
buscar una estrella.
-¿Por qué?.- Me preguntó. Yo
apenas y entendí su pregunta; sin embargo, mi boca (u hocico) ya no estaba cerrado, entendí que mi descalabro se debió
a una suma de emociones que Gabriel tuvo en aquel momento.
-¿Tú sabes quién soy yo? ¿Me conoces
más que yo?.- Me preguntó algo excitado.
-No.- Le dije.
-Tú eres mi mente, tú no
existes, si yo dejará de pensar en ti, no existirías.-
-No lo sé…mas no creo que te
conozca y que dependa de ti para existir.- Le contesté casi insultando su
sentido común. Gabriel enfadado se levantó y alzó la voz con fuerza.
-Mentiras, yo te creé, te pensé,
te ideé. Apareciste en un momento de mi vida en que necesitaba volcar todo lo
malo que me estaba pasando…
-Los pensamientos también tienen
vida.- Agregué amenazante. Gabriel negó con su cabeza como si no quisiese
creerlo. –Todo el tiempo que no estuve contigo, que no me pensaste, no estuve
muerto, simplemente estuve encerrado. Y es que no me puedes matar.- Dije
aguerridamente.
-Para que te mate, deberías
estar vivo.- Dijo Gabriel en un estado neutral y mirando fijamente a la ciudad.
Su plática me incomodaba, pero me vigorizaba, me sentía más vivo, más letal,
más real. Y entonces comprendí que ciertamente yo también tenía vida. Habían
cosas que Gabriel no sabía de mí, pensamientos que no compartíamos. Volví a
saborear la idea de ser real, de ser verdadero. Desvincularme de la dependencia
psíquica que constituía Gabriel volvía a ser mi prioridad.
-Esta ciudad.- De pronto dijo
Gabriel. –A estas horas y desde este punto de vista, se hace tan silenciosa y
el silencio es hermoso. Nunca se aprovecha realmente su particularidad, jamás
nadie quiere sacarle provecho al silencio de la noche. Nadie. Se está muy
ocupado en su propia locura, en su propia paranoia del día a día y del próximo
día para palmar esas notas que se vuelven reales al momento de perpetrarse en
el silencio.-
-Para mí el silencio es muerte.-
Dije haciendo gala de que también podía hablar cuando quisiese.
-No. El silencio es la música
del mar. Cuando buscas las armonías de la naturaleza en el campo y la ciudad,
te das cuenta de que hay una sonoridad que se esconde más allá de aquellos
ruidos comunicativos o destructivos que pueden existir en todos los contextos y
ese sonido que subyace es el silencio, como el silencio del vacio en las
profundidades del mar. Ahora lo comprendo tan bien, pero mañana en la mañana no
me importará; sin embargo, se acabó. Desde hoy en adelante escucharé el
silencio siempre porque sólo de esa forma encontraré lo que subyace en mí.
Piensa que el hombre es tan bien un pequeño océano ya que se compone en su
mayoría de agua. También debo escuchar esa música en mí.- Me quedé callado,
simplemente no sabía que decir, su charla me consternaba y además me diezmaba y
dejaba bastante imberbe.
-El eneágrama me ha propuesto
esta vez desarrollar el talento. Desde ahora trabajaré bien y me olvidaré de
todo. Y muy pronto también de ti.- Me dijo mi amigo sin halo de resentimiento,
cosa que me dio mucho miedo.
Los días siguientes sentí
evanecerme en el aire, evaporizarme bajo los rayos del sol. Gabriel poco y nada
me tomó en cuenta, su concentración estaba completamente absorbida por el
trabajo. Iba frecuentemente a la iglesia del cerro, hablaba con la señora, la
acompañaba a sus compras y de a poco fue guardando información. Resultó que la
mujer había crecido cerca de la iglesia y según ella una tutora le enseñó
aquella melodía en el órgano, la tutora resulto ser parte de la construcción de
la iglesia ya que fue una de las primeras arquitectas de la ciudad. Gabriel
logró conocer mucho a la vieja, poco a poco se fue ganando su confianza. De
pronto ella lo invitó a tomar café a su casa,
era viuda y ganaba dinero alquilando su hogar como un albergue para los
jóvenes que venían a turistear por aquellos lados. Se notaba que era una mujer
sola, tenía una enfermedad que la obligaba a tomarse un medicamento
puntualmente cada ocho horas, constantemente se quejaba de la espalda o de que
los chiquillos que le arrendaban las piezas eran muy desordenados.
-Algún día me podré deshacer de
ellos.- Decía en un tono sonriente y misterioso. Gabriel comenzó a tener la
intuición de que aquella mujer guardaba un secreto el cual debía estar muy
relacionado con aquella iglesia. No tardó mucho en descubrir que las campanadas
de esa iglesia provocaban un efecto hipnótico, no para quien la escuchase
ocasionalmente sino para quien la escuchase siempre, pues los habitantes de
playa ancha iban siempre en masa a misa.
Gabriel trabajó muy duro y a medida que lo hacía yo perdía toda probidad ante
él, poco a poco mi aliento se iba volviendo un miserable halo de polvo, de esta
forma mis deseos de querer deshacerme de Gabriel no iban a lograr forma alguna,
pero algo me hacía estar vivo, un rebote, una emoción…algo muy poderoso me
hacía estar vivo o al menos me hacía sobrevivir, pues fuerzas ya no me quedaban
muchas. Poco a poco fue ignorando más el comportamiento y los pensamientos de
Gabriel, sólo sabía que investigaba intensamente todo lo que tuviera que ver
con la iglesia y que también comenzaba a coleccionar rocas. Yo me fui
envolviendo en negros recuerdos de su pasado más tormentoso, aquel en que los
deseos suicidas lo rondaban siendo yo el principal promotor de aquellas ideas.
Poco a poco ya no podía ver la realidad, simplemente podía escuchar lo que
pasaba en la vida de Gabriel como si lo estuviese oyendo tras una ancha puerta.
Los recuerdos me atestaban.
Cuando yo conocí a Gabriel, se
trataba de un débil muchacho, perturbado y cansado. Yo en cambio tenía pinta de
ser un animal con todo el ímpetu del mundo para triunfar, por mucho tiempo me
sentí atado a un dibujo que Gabriel hizo de niño. Un lobo. El dibujo era
supuestamente yo, él lo había realizado en una de sus tantas sesiones con la
psiquiatra. Rápidamente tuve la llave para entrar en sus pensamientos y
recuerdos. Con cada año que pasaba, más autónomo y empoderado me volvía con
respecto a sus decisiones, yo le di valor y garra para enfrentarse a los
bravucones del colegio, le aconsejé como hacerse respetar frente a una sociedad
hostil en donde las malas intenciones siempre estaban a flor de piel. Le
aconsejé que mostrar los dientes era el mejor remedio para salir de los
problemas. Por años fuimos los mejores amigos, pero ese instinto sexual que nos
volvió locos a ambos, ese desvarió que tanto él como yo sentimos en su
adolescencia y que nos llevó a cometer la violación de esa muchacha. Fue la
primera vez que me vi sobre pasado ante un impulso de Gabriel, fue como si yo
mismo tuviese a alguien manejándome para dar las estocadas iniciales. Luego
cuando comencé a desaparecer, cuando Gabriel estuvo dispuesto a dejarme, cuando
quemó el dibujo con el que me había dado vida, creí que todo se había acabado,
pero aunque me encerró en un ataúd, al salir me di cuenta que nunca morí. No,
yo no puedo morir, Gabriel aunque quiera no puede matarme, mas aquí estoy, poco
a poco siendo tragado por los recuerdos, ya el día a día no me llega, no sé qué
es de Gabriel ahora, no sé y yo…
Abrí los ojos, estaba en el
departamento de mi amigo, era de noche y las sombras de los muebles que se
formaban con la luz de la luna me cobijaban, entonces escuche levemente la voz
de Gabriel desde la puerta.
-¿Qué haces aquí?.- Preguntaba
él asustado.
-Te estaba buscando. Por fin te
encontré.- Decía una voz resolutiva, decisiva y muy seductora. Poco a poco me
comencé a levantar, a flotar mejor dicho. Pude ver quién estaba al otro lado de
la puerta. Era ella, con un vestido rojo escotado que contrastaba en parte con
sus botas negras, era ella. Paulina.-
Oscuridad y silencio por Nicolás Aravena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
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