Tercer día.
Mi amigo se levantó bastante temprano. Se vistió con una
energía vigorosa, se puso buzo y se calzó unas viejas zapatillas blancas.
Cuando a penas se asomaban los somnolientos transeúntes Gabriel salió a trotar
por la costa, mientras trotaba yo lo seguía y miraba a la gente pasar en sus
autos o bicicletas, algunos caminaban y otros también corrían bordeando la
hermosa costa de la región del mar. Arriba de unas rocas, cercanas a un
peligroso acantilado, Gabriel vio que una persona hacía el gesto de lanzar una
caña a las olas del mar, una caña invisible. La marea golpeaba aquellas rocas formando
cientos de chispas de agua helada que bañaban al pescador. Gabriel consideró
aquella hazaña como temeraria y se lo advirtió al sujeto quien al girarse notamos
que se trataba de una mujer bastante gorda, en realidad era una de esas mujeres
que despreocupan su aspecto frente al paso de los años. Tenía toda la
fisionomía de un hombre si no fuese por sus exuberantes y caídas tetas.
Ante la gran sorpresa, el musicólogo tuvo la
intención de excusarse y seguir su camino, pero la mujer con tono dulce, casi
maternal, nos dijo: “Aquí no hay nada que pescar joven”
-¿Entonces por qué está pescando?.- Preguntó mi amigo con
respeto.
-Una vieja costumbre. Usted no es de por aquí ¿verdad?.- Le
respondió la mujer con una inflexión muy relajada en su voz. Aquella sensación
se maximizaba mucho más al escuchar la sutil lluvia de chispas que se
levantaban por el golpe de las olas
contra las rocas.
-No, llegué hace dos días.- Respondió sonriendo, él no lo
notó, pero había dejado de correr.
-Le debe gustar mucho trotar, para hacerlo tan pronto.-
-Jajá, no es tan así…es que… es que estoy buscando a
alguien.- Aquellas palabras me sucumbieron en una completa marginalidad. ¿Qué
era lo que Gabriel quería hacer? ¿Realmente buscaba a alguien?
-Siempre alguien se pierde en la región del mar.- Agregó la
señora mirando solemne al cielo. -¿No gusta tomar desayuno conmigo?.- Sugirió
amablemente. Mi amigo se sintió incomodo, pero indudablemente la gentileza con
que la mujer le hablaba lo dejaba absorto en un mar de regocijo. Cerrando los
ojos con un gesto de desapego decidió aceptar la oferta.
-Bien, pues pase.- Ofreció la mujer. Gabriel quedó incrédulo
ante esto, pues aquello significaba saltar la pequeña reja que separaba la vía
de transito de los peatones de las peligrosas rocas golpeadas por las olas del
mar, aún así, al ver que la mujer no daba atisbo de moverse del sitio en que
estaba, mi amigo decidió saltar e ir donde ella. Cuando se acercó, la mujer le
agarró fuertemente de la mano (por unos momentos el miedo se apoderó de Gabriel
y creyó que la mujer era una loca que lo tiraría al mar) (nuevamente pude entrar en sus pensamientos) y lo guió por un camino
lleno de rocas que daban hacía una cueva. Gabriel procuró no resbalarse, pero
le fue imposible, mas la mujer tenía capacidades sorprendentes para adherir sus
pies a las densidades rocosas y resbaladizas. Seguimos bajando hasta llegar a
una pequeña bahía que se escondía entre toda esa montaña de rocas. Ahí había
una cuevita. Una carpa de camping bastante grande se encontraba establecida
frente a esta. Inmediatamente salió un perro negro gigantesco a recibirnos,
comenzó a ladrarle irremediablemente a Gabriel, la mujer trataba de calmarlo de
alguna forma. El perro mostraba amenazante sus colmillos, tanto Gabriel como yo
sabíamos la razón de ese comportamiento, mi presencia. La mujer al no encontrar
solución para tal alboroto amarró al animal a un pequeño mástil que tenía
plantado sobre la arena. Invitó a Gabriel a pasar a la carpa, adentro tenía una
pequeña mesita con dos sillas. La mujer ofreció asiento a mi amigo y luego extrajo
fuego de una lámpara de cera que ya estaba prendida. Con la improvisada
antorcha se dirigió afuera para encender un fogón y así hervir el agua para el
té. En su ausencia, recorrimos con
nuestros ojos la “casa” observando los pocos cachivaches que se amontonaban,
simplemente tazas de lata, algunos recipientes plásticos, pero lejos lo más
misterioso era un tablero grande que tenía dibujado un polígono en el.
-Soy Clarita.- Se presentó la señora al volver, mi amigo hizo
lo mismo dándole su nombre y procedencia. Ella le ofreció pan calentito y él
acepto.
-¿Hace cuanto vive aquí Clarita?.-
-Once años ya. Y tú a qué te dedicas.-
-Soy músico y también investigador musical.-
-Ah, que interesante. Voy por el agua.- Al dejarnos solos nuevamente
mi amigo no se aguantó la curiosidad y fue a revisar el extraño tablero. Era un
polígono de nueve puntas y tenía en cada vértice caracteres escritos así como
líneas de diferentes colores que se desprendían de un vértice y caían en otro.
Parecía sacado del bolsillo de una bruja. Clarita sorprendió a mi amigo
hurgando en aquel extraño tablero.
-Es un eneágrama.- Dijo sin molestarle aparentemente la
curiosidad de Gabriel.
-¿Y para qué sirve?
-Para ser una mejor persona en el mundo. Cada vértice
corresponde a un aspecto de la personalidad que se puede superar. Todo parte
por el azar, se lanzan dos dados cuyo resultado arroja un enfoque sobre ti y a
raíz de eso se parte de un vértice en donde se tiene poco de un aspecto y mucho
de otro. Entonces ese vértice en donde está tu aspecto débil o cualidad débil
se traza hacía otro punto y hay que trabajar para alcanzar ese nuevo punto y
así ad infinitum, nunca se termina, por años sigues lo mismo…hasta que
siguiendo los caminos correctos llegarás al centro del eneágrama.-
-¿Qué ocurre cuando se logra eso?.-
-Se supone que cuando se logra eso, uno ya se encuentra en
condiciones de ser una persona completamente libre.- Mi amigo miró con mucho
interés el tablero de madera.
-Que interesante.- Dijo.
-Si quieres te lo puedes llevar.-
-¿En serio?.-
-Sí, pero no ahora, te molestaría mucho llevarlo mientras
trotas. Mira, siéntate y te explico como funciona. Otro día o más tarde vienes
por él.- Y así estuvieron por un rato. Ella le enseñó el funcionamiento de la
maqueta. Le mostró unos dados que servían para caer en un “punto de inicio” lo
cual sería el aspecto primerizo que se debía mejorar, al mismo tiempo que se
ubicaba en otro carácter, el cual sería su cualidad más poderosa. Aquella
cualidad poderosa sería la “meta” a la que la cualidad débil llegaría mediante
los múltiples caminos que el desarrollo personal llevaban a uno. Finalmente la
cualidad poderosa servía como un referente de llegada para la cualidad débil ya
que al final la cualidad débil se establecería en otro vértice convirtiéndose así
en la nueva cualidad poderosa y la antigua cualidad poderosa pasaría hacer la nueva
cualidad débil y así hasta que en algún punto ambas cualidades llegasen al
centro del tablero.
Luego de una cordial despedida Gabriel continúo trotando por
la costa. En un momento de cansancio (porque a mí también me cansaba su
esfuerzo físico) le pregunté si era
necesario seguir buscando lo que sea que estuviese buscando, pues ya era tarde y
se había pasado prácticamente toda la mañana en eso. Desconsolado mi amigo me dio la razón y
partió hacía la casona.
-Yo que tú tendría más cuidado en ese lugar.- Le advertí
mientras íbamos subiendo la pendiente del cerro.
-¿Por qué?.-
-Hay fantasmas y parece que asesinaron a alguien ahí.- Le
contesté con honestidad, Gabriel me cuestionó un poco el asunto, le aclaré como
fue que supe del hecho, comentándole mi encuentro con el niño y posteriormente
el hallazgo del cuerpo escondido bajo las tablas de las inmensas escaleras. Gabriel pareció entender todo.
-Pues, creo que dices la verdad.- Respaldó. –Fue como cuando
encontraste ese espíritu del hombre ahorcado en el comedor del colegio.-
-¿Te acuerdas de eso? Fue hace tanto tiempo. Por lo menos
para ti.- Le dije ridículamente agradecido. Él me sonrió, evidentemente también
yo le traía momentos memorables.
-Fue toda una hazaña pasar la noche en el colegio, solos tú y
yo para encontrar a ese espíritu. Nunca había tenido tanto miedo en mi vida.
Pero fue genial, me acuerdo que el nochero nos…bueno, me encontró en la
cafetería robándome los postres. Esa leche asada era exquisita.- Mientras
Gabriel me hablaba, yo notaba cálidamente como la cadena que me amarraba con
voluntad desde su mente se iba deshaciendo de su fiereza, hasta que poco a poco
su presión disminuía, no obstante, cuando llegamos a la casona, los gritos
histéricos del vecino hacía una mujer, pero no a su joven mujer, hicieron que
la cadena volviese a su rigidez y que Gabriel tomara una actitud de alerta. La
nueva mujer tenía más años en el cuerpo, el pelo completamente pintado de rojo
y una flacura digna de aborrecer. Parecía un esqueleto viviente, sus gafas y
pañuelo hippie revelaban en ella una tendencia a ser una vieja snob-esotérica.
Fiel a esta impresión, la mujer frente a los gritos endemoniados del vecino
simplemente miraba con parquedad al horizonte.
-Vieja de mierda, contéstame ¿fuiste tú o no?.-
-Tu perro se la pasaba ladrándole a quien pasará por esta
calle, me ahuyentaba la clientela.- Decía la vieja con calma y seguridad frente
a los alegatos del vecino.
-¿Mi amor que pasó?. Dijo de pronto la joven mujer que
apareció tras abrir la puerta del pórtico (la pareja de viejos estaba
discutiendo afuera, en plena avenida)
-Entra a la casa.- Ordenó el viejo. La vieja se quitó las
gafas (sus ojos eran clarísimos) y quedo
mirando a la mujer.
-Porque no te preocupas de desinfectarte, perra de mierda.- Expresó
la vieja hacía la mujer. La aludida quedó boquiabierta, dejando ver que el
insulto había sido muy grave.
-Eglantina ten más respeto por mi mujer.- Pidió el viejo.
-No me pidas eso, pelafustán. Tú mejor que nadie debes saber
lo que significa ser irrespetuoso.-
-Mira no me vengas con eso. Mataste a la coqueta y me las vas
a pagar, voy a quitarte la casa lo antes posible ya veras.-
-Yo no maté a tu perra.- Contestaba la vieja con tranquilidad
y seguridad en sus palabras.
-Ah claro. Crees que te creeré que no fuiste tú la que la
envenenó. Coqueta era una linda perra, como pudiste…-
-Pero usted se la pasaba golpeándola.- Irrumpió sorpresivamente
Gabriel, que había escuchado parte del asunto y lo comprendía todo. Ambos
viejos se giraron con miedo a mirar a mi amigo, debía verse magistral o algo
así porque el viejo simplemente se subió a su auto amenazando con que muy
pronto le quitaría la casa a Eglantina. La mujer al quedarse sola con Gabriel
fue muy efusiva hasta el punto de llegar a abrazarlo.
-Tú debes ser el que llegó hace poco, ¿no es cierto? Yo soy
la señora Eglantina, la dueña de esta casa. Ven, pasa y tomémonos un café con
malicia, Juan.- Decía la mujer con una sorpresiva calma.
-Gabriel.- Le corrigió mi amigo.
-Es igual.- Agregó la señora. Entraron y se instalaron en el
comedor, por segunda vez en el día mi amigo compartía un brebaje caliente con
una mujer mayor.
-Discúlpame por no haber estado aquí antes, es que tengo unos
problemas horribles a la espalda.- Se quejaba Eglantina palmeándose las
costillas con ardor.
-Si sabes algo de Reiki o masaje me serías de gran ayuda, que
a veces no doy más con estos dolores.- Agregó la mujer.
-No, lo siento.-
-Esta bien Miguel, no importa. Bueno hablemos de tu vida o
algo así. ¿De dónde es qué eras?.-
-De la ciudad de Tal.-
-¿A dónde queda eso?.-
-Súper al sur, a unos veinte kilómetros de la ciudad de
Sion.-
-Ah muy bien, muy bien.- Respondía la vieja. Naturalmente no
le interesaba en nada los datos que mi amigo le entregaba.
-Bueno, como supongo ya debes saber, estoy en un conflicto
con el vecino de al lado, prefiero que lo sepas ahora, Él y yo estuvimos
casados y nos divorciamos hace varios años. La cosa es que quedó enojado y me
quiere quitar la casa, que bueno… la casa sí es de él, pero no te preocupes, el
juicio aún no se ha terminado y en caso que él gane, igual tengo que quedarme
unos tres meses con la casa, ya que es un negocio, no un hogar para mí y para
desahuciar los negocios la cosa es distinta. Pero de todas formas buscaremos un
lugar mejor y más conveniente.-
-Bien yo…
-Ah, el muchacho gordo y rubio de arriba se llama Cristóbal y
es un chiquillo un poco rarito, así que trata de no hablarle ni toparte mucho
con él. No es que sea peligroso, pero como te digo es…rarito.- Nos comentó la
vieja. Ante la pregunta inminente de Eglantina sobre la comodidad de la casa,
mi amigo respondió que todo andaba bien, pero que (y me miró esperando respaldo psicológico) en un mes más
pretendía cambiarse porque le parecía un lugar bastante extraño (me hizo un
amigable guiño con su ojo izquierdo, al parecer Gabriel quería irse para no
toparse con el niño fantasma) Eglantina se puso roja por unos momentos, en
realidad no supo qué decir concretamente y sólo levantó su taza para decir
salud y tomarse el resto del café que le quedaba. Se despidieron tensamente,
sobre todo Eglantina que al besar en el pómulo a mi amigo pareció querer
rasguñarlo o incluso morderlo.
Mi amigo por su parte sin más remedio, se duchó y se apostó
de cabeza a seguir en su investigación.
Pasadas unas horas su novia lo llamó. Estuvieron hablando unos minutos,
yo no quise escuchar aunque de todos modos Gabriel vetó el sonido para mí,
simplemente lo veía gesticular a veces con deseo, otras con rabia y algunas con
letal aburrimiento. De pronto la barrera insonora se desvaneció y poco a poco
iba oyendo las palabras de mi amigo a su novia. Le decía que la amaba, pero que
estaba harto de ese lugar, que sería capaz de mandar todo a la mierda por
volver allá, supongo que su novia le daba fuerzas para que aguantara lo que era
el suplicio de estar lejos, pero Gabriel no aguantaba que lo contradijeran,
quería escuchar una voz aduladora que le dijese “Esta bien, deja todo y ven
conmigo” Yo conocía a Gabriel mejor que muchos, sabía que eso es lo que él
esperaba oír. Él lo que quería era escuchar la respuesta del miedo, aquel ser
adulador que sólo te dice lo que quieres oír, el lisonjero de siempre, sé muy
bien aquello porque cuando comencé a conocer a Gabriel era yo principalmente el que le susurraba esas
palabras que él quería oír. Gabriel cortó abruptamente el teléfono y se puso a
llorar, yo sabía bien qué cosas esperaba escuchar de mí en ese momento de
debilidad, pero contrario a todo no quise seguirle la corriente. Me acerqué a
él cautelosamente, sin siquiera mover demasiado mi cadena. Me senté a su lado, en la orilla de la cama.
-Gabriel ¿Estas bien?.- Mi amigo sollozó un buen rato, no
quería darme pistas concretas, sin embargo, ante mi silencio atento, decidió
evidenciar sus sollozos como un niño que descubre que en su casa no habrá
navidad nunca más. Una mezcla que va
entre la tristeza letal y la igualmente letal toma de madurez.
-Pensé que podría…ella pensó que yo podría resistir esto,
pero no puedo ya estoy harto de este trabajo.- Alegaba deschavetadamente.
-Aún no entiendo porque decidiste venirte aquí. ¿Por el dinero?.-
-No tanto por eso, fue por Lina, en realidad por el bien de
nuestra relación.
Estábamos muy mal, nos la pasábamos discutiendo, enojados
porque sí y porque no. Un día recibí esta oferta por correo y Lina me dijo que
era una gran oportunidad, pero yo sabía que en el fondo de sus ojos lo que ella
quería era que me fuera lejos para que no nos asfixiáramos tanto el uno del
otro, para que nos echásemos de menos, para que el amor renaciera como en
aquellos primeros años. Yo también pensé que era lo mejor, irse lejos, sentir
la nostalgia del cariño, valorar a la persona que uno tiene al lado ¿me
entiendes? Pero creo que no resultará, aquí me estoy volviendo loco.- Le
aprisioné con mis brazos y en un tono
bajo le dije:
-Calma, calma.- Mi reacción pareció descolocar y a la vez
compadecer a Gabriel que amablemente se levantó.
-¿Por eso me sacaste?.- Le pregunté con amabilidad. -¿querías que te apaciguara en
estos momentos?.- Gabriel no me contestó.
-Yo no sé qué hacer con Lina, de verdad que estar juntos se
hace pesado. Yo al venir aquí quería demostrarle que cuando volviera estaría
más hombre, más confiado, más…no sé, más capacitado para estar a su lado toda
la vida.- Gabriel hablaba con sus
brazos, los movía mucho dándome a entender que “eso” que a él le faltaba,
quizás estaba bajo su ombligo, en una de esas, entre sus piernas.
-Pero Gabriel, eso no pasará de un día para otro, resiste
estos días, no tienes para que encerrarte siempre aquí ni tampoco tienes que
quedarte todos los días en este lugar. Tal vez cada fin de semana puedas viajar
a la ciudad de Tal, dinero no te faltará. Te volverás loco y no serás mejor de
como llegaste si te quedas encerrado aquí catorce horas seguidas. Por qué no
viajas este fin de semana a ver a tu novia, aprovecha que aún no tienes ninguna
presión. No te crees un daño de la nada…
-¿Cómo puede ser que digas tantas cosas apacibles en un
momento en que yo me encuentro tan alterado?.- Preguntó Gabriel con una sonrisa
en sus labios. Yo le dije que no sabía, pero que si se lo decía yo era porque
realmente él lo pensaba. Mi amigo pareció tranquilizarse, serenarse e incluso
tomar una actitud más confiada hacía mí. De todas formas no me quito las
cadenas, pero tampoco me importó mucho que no lo hiciese, al menos por fin me
había entregado un gesto de complacencia.
Gabriel decidió ir a comprar los pasajes para ir el fin de
semana a la ciudad de Tal y darle una sorpresa a su novia tal como se lo había
sugerido. Las estrechas calles de la región del mar llevaban a un sendero con
una infinidad de plazas en las cuales cada una albergaba fuentes de soda, botillerías,
restaurantes de bajo precio y una infinidad de personas ociosas que no hacían
nada más que estar ahí paradas en la plazas. De hecho, después de comprar los
pasajes, mi amigo decidió almorzar en una placita cuya distinción era que en su
centro había un barquito de metal instalado. Originalmente le llamaban la plaza
del barco y a su alrededor habían una infinidad de locales que dejaban las
mesas afuera aprovechando el aparente
eterno buen clima de la región del mar. Ahí mi amigo consumió un plato de
hígado encebollado con puré de papas, pidió además una cerveza y se instaló a
comer en una mesita exterior cuya vista daba justo al paseo de toda la avenida
por la que transitaban una y otra vez un sinfín de personas, casi todas con
ropas muy coloridas. Además del transito de gente, mi amigo pudo observar a los
ociosos que se paraban en las esquinas a mirar al suelo, a un viejo que se
sentaba en una de las bancas y con un manubrio imaginario simulaba que conducía
un auto haciendo sonidos similares a los de un carro. También habían ebrios con
sus cajas de vino arrellanados en las pocas áreas verdes que esa plaza atestada
de mesas de restaurant, ofrecía. No faltaban los niñitos mendigos que pasaban
con su rostro llena de polvo pidiendo una monedita, molestando a los que comían,
intentando olvidarse de sus problemas como lo hacía mi amigo. Uno de los
últimos locos que Gabriel vio en aquella plaza fue un gordo con rizos negros y
aspecto poco higiénico que estiraba y contraía los labios como si fumara. Así
estaba todo el rato, en medio del tumulto de gente que pasaba, él se quedaba en
un punto fijo gritando, de repente, ridiculeces sin aparente sentido como
“Niñita” o “Cortina” o “Vitrina” de
todas formas sólo decía palabras terminadas en INA a excepción de niñita, que
repetía mucho logrando espantar así a un gran número de pequeñas escolares que
pasaban cerca de él.
Pasada la hora, mi amigo concibió como buena idea ir a buscar
el eneágrama donde Clarita, pero al llegar a la costa y bajar a los roquerios
no dio con su presencia ni con la carpa, pero sí encontró el tablero botado en
un rincón. En efecto era el eneágrama y tenía de hecho un papelillo amarillo
pegado en una punta que decía “Para Gabriel: Mi nuevo amigo” Gabriel
simplemente me observó de reojo con una mezcla de susto y excitación.
Antes de dormir, Gabriel me dijo dos cosas: “Es verdad, te
saqué de la cárcel para que me acompañarás en esta ciudad de locos, desde el
principio supuse que no podría yo sólo con este lugar tan horrible” Luego se
calló un momento, se dio vuelta en la cama dándome la espalda y cerrando sus
ojos terminó su día diciéndome “Gracias”
Cuarto día.
Gabriel se levantó con el mismo ánimo del día anterior, su
corazón vibraba aunque no sabía muy bien por qué, tal vez por el hecho de tener
boletos para volver a Tal el fin de semana. (Pude
saber esa información gracias a que en unos momentos de la mañana logré meterme
en su mente) Luego de un ligero desayuno y después de escuchar algo de
música, mi amigo se puso a trabajar en su incansable investigación. Hasta que
lo llamó Lina a su celular.
-Hola amor, ¿cómo amaneciste?.- Le preguntó Gabriel con buen
semblante. Él por primera vez me dejo escuchar la conversación entre ambos.
-Bien, gracias ¿y tú?.- Preguntaba ella con algo de
resquemor.
-Bastante bien. Pensé mucho en ti y quiero que sepas que
tienes toda la razón, debo ser más fuerte, apenas estoy comenzado todo este
asunto y todo será para mejorar. Ya veras que el tiempo será rápido y después
volveré aquí, pero contigo y disfrutaremos de una hermosa luna de miel.-
-¿De verdad piensas eso?.-
-Por supuesto, es que ayer estaba muy ofuscado y no podía
entender lo que me decías.-
-Sólo te pedía fuerza para aguantar todo, sabes que es lo
mejor para ti…
-¿Y para ti?.-
-Yo te extraño más que nunca, no he dejado de pensar un solo
día en ti.- Contestaba la mujer con una voz que rebalsaba sinceridad.
-¿Entonces?.-
-Es sólo un sacrificio, un sacrificio para que valoremos
nuestra relación. Llevamos tantos años juntos que una prueba así no podría
afectar nuestro amor.- A pesar de que ella hablaba con confianza yo sabía por
lo que Gabriel me ha dicho, que ese mismo amor que ella tanto profesaba él
muchas veces lo dudaba.
-Pues, extrañar hace bien. Imagínate que estos días han sido
una verdadera enormidad para mí.-
-Y para mí también, pero Gabriel recuerda también esas
discusiones, esos problemas que nacían de la nada, esos susurros que luego se
volvían gritos. Todo lo que sufríamos, necesitamos esta prueba si al final
sabemos que todo saldrá bien. Tú eres parte de mi plan de vida y lo sabes.
Ningún problema debería acabarnos.-
(El único problema es en la cama) Pensó Gabriel y yo pude
escucharlo, pero esta vez a diferencia de otras, él se dio cuenta de que yo me
di cuenta y sagazmente bloqueó el canal auditivo para que yo me quedara
nuevamente sordo por unos momentos.
Lina se escuchaba como
una mujer realmente comprometida y sacrificada, alguien que no le gusta lo que
pasa, pero que; sin embargo, esta convencida de que será lo mejor. Una voz tan
dulce y melosa (pese a su tono lastimoso) no podía mentir en ningún aspecto.
Definitivamente el cariño dentro de ella estaba, pero algo me hacía sospechar
que Gabriel no tenía ese mismo cariño dentro de él. Tal vez los problemas en la
cama realmente los superaba a ambos.
Luego de cortar, Gabriel me devolvió la audición, no parecía
molesto por el pequeño incidente, sólo me pidió que respetase más su intimidad,
yo le quise decir que eso sería muy difícil, pues era parte de su mente. Me
explicó alegremente que su conversación con Lina había ido muy bien, que de
hecho ella le había enviado ante ayer una encomienda que debiese haber llegado
ya a la oficina de correos. Me dijo con un tono algo sincero que estaba muy
entusiasmado de volver a verla a ella y a todos sus demás amigos del sur, que
la amaba mucho y que le daría una gran sorpresa cuando llegase el sábado, pues
no le había dicho nada sobre los pasajes. Yo algo anonadado por tanta
efusividad mostrada lo felicité y le
motivé a que siguiese así.
-No he visto el eneágrama.- Dijo confiado, su rostro era
radiante.
-Pues dale, echa los dados a ver que te sale.- Lo animé. Mi
amigo me hiso caso, tiró esos dados color roble, uno que tenía puntos verdes
dio el número dos y otro con puntos
rojos el número cuatro. Se supone que el dado con puntos verdes correspondía a
la actitud poderosa. Según el número que el dado le dictaba debía ir a la
casilla que correspondía a dicho número,
ahí estaba su actitud poderosa. Con respecto a la actitud débil se hacía lo
mismo sólo que a medida que los días pasaban tenía que avanzar desde el vértice
en que estaba hasta el vértice donde se encontraba su actitud poderosa y esto
lo hacía por medio de líneas verdes que estaban trazadas alrededor de todo el
eneágrama, formando de esta manera un caos. Cada día debía de tirar los dados con
puntos rojos y según el número que le saliese debía recorrer ese mismo número
de líneas y quedarse en el vértice que más se le acercase a la actitud poderosa.
ACTITUD PODEROSA: El orden
ACTITUD DÉBIL: Honestidad
Mi amigo se mantuvo
perplejo ante este azar, se supone que según las normas del juego ahora él
debía en su vida intentar mejorar el aspecto que arrojó como menos favorable e
intentar cambiarlo dentro de la semana, mas mi amigo no lo tomó como algo
lúdico, sino como un agravio a su forma de ser e internamente intentaba
desligarse de aquel resultado que le parecía vago.
-Es sólo un juego.- Le dije para apaciguar sus nervios.
-Pero no es justo un resultado así. Yo soy muy honesto.- Se
repetía internamente (sí, sí, ya podía
escucharlo en su mente y él lo sabía. No le importaba)
-Ya no te preocupes por esas tonterías, mejor salgamos a
buscar la encomienda.-
-Sí, mejor.- Mi cadena poco a poco perdía su presión.
Caminamos por el centro hasta llegar al lugar dónde se retiraban las
encomiendas. Gabriel volvió a casa caminando, tuvo que volver a pasar por el
centro que ahora estaba mucho más lleno. Ahí estaban esos diversos y coloridos
personajes que remataba la región del mar con su locura. También se podían
reconocer en el flujo de las estrechas calles que se ahogaban entre tanto
edificio antiguo a muchos extranjeros que seguramente turisteaban mirando
aquellas construcciones. La región del mar era un cosmos. Un puñado
esquizofrénico irremediablemente asfixiado no por el atestamiento de sus
habitantes sino por sus caminantes.
Quizás eso último no fueron mis pensamientos, es probable que
se hayan fundidos con las ideas de Gabriel al ver esas calles, esas plazas y
aquellos ascensores del cual se adueñaban cuanto extranjero hubiese, pero
hablar de extranjeros aquí en la región del mar era algo absurdo. ¿Quién
realmente es el habitante natural de esta urbe? Entre tanta diversidad, la masa
citadina parecía un mero complemento. El mar coexistía con ese montón de
violadores transeúntes que poco o nada tienen que ver con sus aguas. Es
curioso, pero aparte de Clarita, no hemos visto por estos lados ni un solo
personaje que intentase pescar (incluso imaginariamente como lo hacía Clarita)
Hay barcos, sí, pero sólo de marinos, algunos buques de guerra y otros que son
cruceros de placer. Venus y Marte en el mar de la región del mar. YA BASTA.
¿Quién está pensando aquí, él o yo? ¡Mi cadena! se ha cortado. Gabriel está
parado ahí en la costa, al borde de una reja en una caleta que no tiene
pescadores y en cambio sí muchos puestos de artesanías, mirando todo el largo
de la playa. Ahí, tan solo, tan callado, tan oscuro, con un chaquetón negro. Ni
siquiera recuerdo a qué vinimos al centro. Observo la tenue sombra que se le
forma en el piso al recibir el sol, yo no tengo sombra, soy apenas un soplo de
vida, una mísera opción de imágenes. Mierda, él debe morir, si me acerco lo
bastante, con la fuerza apropiado, podría lanzarlo al mar y verlo ahogarse, sí
que podría, demostraría que no soy una sombra de una sombra, una pobre imagen
del imaginario. Sólo ir y empujarlo al agua, nada más simple, no oirá mis
cadenas, ya no las tengo.
Gabriel se giró mucho antes de que yo pudiese dar un paso, al
mismo tiempo me sentí muy enfermo, muy debilitado. ¿En qué estaba pensando? No
importa, ya lo olvidé, no puedo creer mi amnesia, pero es verdad, no sé que
pensaba, sólo sé que Gabriel observó algo que al parecer no fui yo, quizás una
mirada, pues semi hipnotizado avanzó hacía al centro de la ciudad, yo a pesar de
que inclusive estaba libre de su dirección, decidí simplemente seguirlo.
Entre todos los transeúntes que nuevamente tuve que afrontar,
una imagen que iba de espaldas parecía no cambiar. Parecía no cambiar, pues me
di cuenta que Gabriel la seguía. A medida que avanzábamos contra la gente y
sentíamos el sonido directo de los vehículos acelerar por las calles, Gabriel
se esmeraba por no perder de vista a la mujer que ciegamente perseguía. La
imagen de la perseguida era hasta ahora
una espalda muy fina, descubierta hasta las costillas, con piel color nieve que
lucía equilibradamente colorida cuando un
rayo de sol tocaba su espalda fina. Un moño de cabello castaño también
se movía al compas de su caminar. Ella
usaba un vestido rojo, que también dejaba ver sus piernas tan blancas como las
lágrimas, eran piernas que mostraban unos muslos agiles, duros, redondos. Más
arriba, ella meneaba un culo muy
provocador.
En un momento dado, la perseguida ingresó a un ascensor el
cual se llenó rápidamente. El ascensor partió sin mi amigo y él, ante la
posibilidad de perder a esta ninfa vio con cierta malagana una posibilidad de
alcanzarla: Una escalera de unos cuatrocientos peldaños estaba edificada al
lado de ese ascensor vertical. Tomando
aire, mi amigo comenzó a subir los peldaños con estoicismo, el ascensor
ya había llegado a su punto de término, mi amigo apenas iba a la mitad, mas no
quiso ceder a la desidia, sentía que había llegado muy lejos como para regresar
por nada, al menos, sólo subir hasta la punta de la escalera.
Y lo hizo, juntó todo el esfuerzo posible y subió
rápidamente, en la cima se veía para variar un nuevo caudal de personas que
transitaban hacia el ascensor para descender, también otros tomaban el auto bus
para subir aún más arriba en los cerros. Entre toda esa gente había un
denominador común: La mayoría eran jóvenes. La razón era simple, a unas cuadras
del ascensor se instalaba la Escuela de actuación de la Universidad del mar, un
letrero gigante lo anunciaba y bajo aquel chusco letrero (como para ser de una
universidad, pensó mi amigo) había un portón con rejas verdes, estaba abierto.
Mi amigo intuyó que la perseguida más que seguro debió haber entrado ahí.
Gabriel se aventuró, pasó tanto la reja como la tibia mirada del guardia que
estaba ahí parado. Se metió por el patio esquivando las desinteresadas miradas
de los jóvenes que se lo topaban.
Ingresó a un pasillo oscuro y estrecho que estaba plagado de afiches en
las paredes, afiches de obras de teatro por presentar y de otras que ya habían
sido presentadas, el pasillo terminaba en una gran puerta de la que se intuía
por su tapizado acolchonado y sus manillas de bronce que era la entrada a un
auditorio. Gabriel empujó con fuerza y entró. Efectivamente era un auditorio,
en el centro se representaba una escena. Habían actores, había publico que se
esparcía por todos los asientos y estaba oscuro. Gabriel se dejó caer en la
última fila, más bien penetrado por la oscuridad que le brindaba un rincón, no
quería ser visto.
En escena se podían ver dos actores cubiertos únicamente con
una capa roja mientras que el rostro de ambos estaba tapado por una máscara de
diablo. Se trataba de máscaras blancas como de bufón o arlequín, pero con una
actitud siniestra por lo que bien se infería que eran diablos. Como dije,
solamente se cubrían con capas por lo que dejaban ver sus genitales. Acostada
sobre una mesa, reposaba vestida con un harapiento vestido azul que no dejaba
ver sus senos, pero sí los sugería, una joven. Era una actriz de pelo rubio,
labios carnosos y nariz respingada.
Estaba encadenada, la actriz se veía muy pequeña, sobre todo frente al
porte de los diablos. O tal vez era sólo la posición en que se encontraban.
-Ahora has de morir corrompida por tus oscuras pasiones y
deseos infinitos de piel.- Vociferaba un diablo e inmediatamente el otro decía.
-Nada ha hecho el Padre y el hijo para que uno sea infeliz,
la infelicidad es producto de nuestra oscuridad.-
-¡Oscuridad!.- Repetían ambos, la muchacha comenzaba a
incomodarse, intentaba salir de su posición, pero estaba amarrada tan
firmemente a unas cadenas que incluso sonaban cuando ella las movía.
-No podrás escaparte de lo que has cosechado. Sería un
esfuerzo tan inútil como contar las nubes del cielo. Simplemente calla y siente
la oscuridad.-
-Has escogido la oscuridad, ahora tus rubios cabellos serán
fuego rabioso, tus delgados pechos amamantaran la cruda desgracia y tus ojos
azules lloraran acido que quemará a quien se te acerque. ¡QUE ASÍ SEA!.-
-¡¡QUE ASÍ SEA!!.- Gritaron los dos y la actriz gritó horrorizada
un “No” que retumbó por todo el escenario al momento que se apagaban las luces
de la escena y todo quedaba oscuro. Entonces una luz blanca proyectada hacía
las cortinas del escenario mostraba las siluetas de los personajes y se veía
como los diablos torturaban y violaban desgarradoramente a la joven. Los
gritos, aullidos y golpes se escuchaban con eco por todos los rincones del
lugar. Mi amigo se masturbaba obsesionado con la imagen de las sombras. Luego
hubo un cese, las siluetas de los diablos desaparecieron, la silueta de la
joven se deshizo de sus cadenas levantándose de la mesa, tras sus sombras se
podía ver que se desvestía. Gabriel se masturbaba copiosamente. La silueta de la
actriz de pronto se arrodilló y apareció ante ella otra silueta, la de un
hombre que entre sus piernas mostraba lo que se supone era un pene gigante. Yo
pensé (O Gabriel sospechó) que bien eso podía ser una lámpara puesta de modo
horizontal, pero el juego de sombras daba a entender muy bien la idea. Esta
nueva sombra dijo.
-Desiste de tus creencias. Nunca te dejaron libre. Nunca te
dejaron caminar por ninguna senda voluntariamente elegida. Nunca pudiste
elegir. Acógete a mi verdad, a mi única realidad. La que todos visitan en la
oscuridad. Verás que vivir desde lo opaco es realmente gozar de la existencia.
Succiona.- Y la sombra acercaba su supuesto pene a la cabeza de la joven. Luego
las luces se apagaban y aparecía nuevamente la celestial muchacha, sólo que
desnuda y en una actitud mucho más osada.
-¡Paren todo! Prendan las luces.- Gritó de pronto una voz
externa a la obra. Entonces el auditorio se iluminó y mi amigo se encontró con
los rostros del público que se giraron para verlo. Un hombre gordo, de terno,
camisa, pero no corbata, algo cojo y deficiente para respirar, canoso y de
nariz aguileña se acercó lentamente a mi amigo. Cuando ya estuvo bien próximo a
él le dijo simplemente “sígame”.
Encerrados en la oficina del profesor Soto, mirábamos desde
la gran ventana el patio de la escuela de actuación, ahí correteaban algunos
estudiantes ensayando posiciones, haciendo ejercicios de respiración y voz y
unos menos se encontraban tirados por los prados, durmiendo o fumando. El
profesor Soto caminó con su cojera hasta nosotros, había salido unos momentos
de la oficina y al volver se sentó frente a su escritorio, nos dijo o bueno…le
dijo a Gabriel en un tono conciliador y casi amistoso:
-Llamé a la policía, ellos sabrán cumplir con su deber señor.
Comprenderá que no es lógico ni pedagógico que lo deje impune ante esta
situación. No es nada personal, es más, sepa que gracias a usted esos alumnos
tendrán la mejor calificación en su proyecto. El hecho de que hayan logrado
provocarlo a tal punto de que se pusiera a masturbar así sin atisbo de noción
me parece simplemente admirable. No obstante, debe saber que esta es una
escuela de teatro y como tal, llueven las chicas lindas. Hermosas, rozagantes,
sin pudor a enseñar cada rincón de sus manoseados cuerpos, expuestas a mostrar
siempre un trabajo libre de complejos con sus pechos, piernas, culo, vaginas…El
profesor observó con un aire incomodo a Gabriel, se había abstraído totalmente
pensando en otras cosas. Intentando volver a una posición de relajo natural prosiguió
con su discurso.
-Pues bueno, como le decía, aquí hay muchas chicas guapas, no
sé por que será, supongo que el escenario las embellece, como sea, a raíz de
eso tenemos que estar siempre atentos a los ajenos que ingresan a la escuela.
Por ejemplo, el año pasado tuvimos la penosa experiencia de una joven que fue
encontrada muerta en el baño. Semanas después encontramos a su asesino, un
psicópata que embobado por la belleza de la jovencita, una morena de
pantorrillas apetitosas, ingresó a la escuela
buscando el momento propicio. Consiguió drogar a la joven, llevarla al
baño y penetrarla por el ano con la potencia de un cañón. Cada vez que el
hundía su perturbado pene por esas nalgas morenas y redondas, el desgraciado le
cortaba con una navaja un pedazo de piel a la joven. Al otro día encontramos un
charco de sangre en el baño femenino y el cuerpo masacrado de la muchacha. Oh,
pero como eso pasó en la Región del mar el asunto fue irrelevante para la
prensa nacional. ¿Qué importancia tendría un asesinato así en la región del
mar? ¿Qué? Siempre la sangre empapa a diario las paredes de los departamentos
de esta eterna región. –
Mi amigo fue aturdido por la historia, con cierta
inverosimilitud imaginaba al asesino penetrando y enterrando al mismo tiempo la
punta de la navaja en algún punto del cuerpo de la joven actriz hasta enterrárselo
completamente y así arrancarle un pedazo de piel. “¡Gabriel!” Me interpuse, era
hora de que dejase de pensar tonterías y atendiese la realidad.
-Yo no soy esa clase de persona.- Fue lo único que Gabriel
usó para defenderse. El profesor lo vio, obviamente lo examinaba con cautela.
Por la mirada complaciente del docente algo le indicaba a Gabriel que el Soto
aquel le adquiría cierta confianza por lo que mi amigo decidió decir la razón
real de su estancia en la región del mar. Habló que venía de la ciudad de Tal,
que el gran (y plagiador) músico Leroca lo había llamado para trabajar en un
proyecto sobre un desconocido músico llamado Bremejol. Incluso le contó la
historia de Bremejol. Le habló de todo. En lo más profundo de si pensaba que
aquello le serviría de algo. El profesor lo observó con gran incredulidad,
apenas y se tragaba el cuento, seguramente ya habían muchos locos en el mundo
pregonando conspiraciones y alianzas secretas como para tomarse ese tipo de
cosas muy en serio.
-Mire, haré lo siguiente. Yo lo dejaré irse ahora mismo y
haré como que nada de esto pasó. Pero a cambio, usted no aparecerá nunca más
por aquí, de lo contrario llamaremos de inmediato a la policía.- Decía serio,
muy serio el profesor. Mi amigo tomó la oportunidad y se paró de inmediato. Al
salir del pasillo no quiso mirar atrás, tampoco enfrentar los ojos de otros,
simplemente acuso su mirada a un rincón del pasillo y lo siguió como si fuese
una línea vital para entender la salida. Entre ese camino se topó con una
puerta entreabierta, sólo la miró un mini segundo y se encontró con la chica
que había estado siguiendo. Estaba vestida como odalisca y bailaba la danza del
vientre, se contorneaba compulsivamente al ritmo de la música oriental. Se
movía deslizando su vientre, subiéndolo, bajándolo, atrayendo cualquier ojo que
pasase por ahí, sobresaliendo de sus otras compañeras que igual de lindas que
ella no podían seguir su paso erótico. Era hermosa, su cabello castaño, su piel
blanca, sus labios carnosos, sus ojos verdes, todo era una maravilla para Gabriel tanto que se quedó
inmutable ante la puerta, sólo lo pudo mover la mirada del profesor Soto quien
se encontraba detrás de él, vigilándolo. Gabriel esta vez pudo intercambiar
miradas con la muchacha. Pero fue fugaz y quizás los mejores momentos así lo
sean, pensó Gabriel… y yo lo supe.
Mi amigo salió del lugar excitadísimo por el hallazgo. Se
subió al ascensor para descender, estaba sólo. Se tocó la chaqueta negra que
tenía puesta y un sobre cayó del bolsillo superior. Era la carta de Lina que
venía acompañada de un chocolate de leche. Aquella era la encomienda que le
había mandado. Ni cuenta me di cuando Gabriel
la retiró.
“Mi amor que estés
lejos me hace quererte más que nunca, desearte más que nunca e incluso sentirte
en mis pensamientos más que nunca. Sé que es lo mejor para ambos, sobre todo
para ti. Los meses pasarán volando y todo volverá a lo que tanto queremos. Te
amo mucho, quería darte una sonrisa, pero no encontré esas calugas de anís que
tanto te gustan, creo que ya no las venden, de todas formas te compré tu
chocolate favorito, recuerdas que la primera vez que lo comiste fue conmigo,
cuando fuimos de paseo a la Isla Dos. Recuerda que te ama Tu Lina”
Por alguna razón después de leer la carta mi amigo cayó al
suelo del ascensor y desconsoladamente se puso a llorar.
Cuando llegamos a la casa Gabriel se acostó y no quiso saber
de nada. Cuarto día terminado, creo que Gabriel anda en busca de algo.
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