Oscuridad y silencio.
De pronto, las rejas que no puedo ver por la intensa y eterna
noche que me fue impuesta, se abren, por primera vez en mucho tiempo siento el
ruido de algo, aquel sonido es desgarrador, tanto que perfora mis oídos. Veo a
un hombre de unos veinticinco años o más. Corpulento, de rostro redondo y
afeitado, muy distinto a aquel muchacho de pálido aspecto que me dejó aquí
encerrado hace tantos años.
-¿Gabriel?.- Le pregunto para cerciorarme. Aunque si no era
él ¿Quién más podría ser?
-¿Quién otro podría ser?.- Me responde con sarcasmo. Miré alrededor
y noté que nos encontrábamos (o más bien él se encontraba) arriba de un autobús,
vi a los pasajeros y luego miré por la ventanilla notando así la carretera
nublada, al mismo tiempo que reconocía en mi amigo una sensación de malestar.
-¿Por qué me haz sacado después de tanto tiempo?.
- Objeté sin
querer sonar muy inoportuno, pues tenía miedo de que Gabriel se arrepintiese de
la opción que había tomado, de liberarme.
-Porque estaré solo un buen tiempo.- Dijo cortante y con voz
profunda. Ante esa respuesta me sentí de lo más usado, pues a pesar de la poca
vida de la que me podía ufanar, tenía cierta dignidad y cierto orgullo, pero
como no deseaba volver a las tinieblas de su mente preferí quedarme callado. De
todos modos el comportamiento excesivamente arisco de Gabriel evidenciaba que
no estaba dentro de su cordura diaria, más allá del hecho de que haya decidido
liberarme tan repentinamente.
-¿A dónde vamos?.- Pregunté con determinación ya que no
quería dejarme intimidar tan fácilmente.
-Estamos llegando a la región del mar.- ¡La región del mar!
Que lejos estábamos de la ciudad de Tal, aunque bueno, yo no tenía idea de la
nueva situación de Gabriel, se notaba que había transcurrido mucha agua bajo el
puente con sólo ver su aspecto físico, pero si de algo estaba seguro era que Gabriel no estaba del todo cómodo con el
viaje. Seguramente no era un viaje de placer, pese a que la región del mar era
un esplendido lugar para turistas.
-¿Se puede saber para qué vamos allá?.- Gabriel se hizo el
sordo, jugó un momento con el primer botón de su camisa, desabrochándolo y
abrochándolo. Dio un respiro y me dijo.
-Por un trabajo que me ofrecieron.-
Ciertamente yo no podía saber muchas cosas del nuevo estado
que tenía mi amigo, cuando me encerró en su mente él llegaba casi a los dieciocho
años y salía de una depresión existencial muy severa. En ese tiempo yo lo
obligaba a errar diariamente por el
puente Io-Io, que era un gigantesco puente colgante de unos 2.157 metros de largo
que conectaba su natal ciudad de Tal con la ciudad de San Pedro de la Rocka. Aquel periplo
lo alejaba un poco de la sociedad que con sus constantes energías perturbaban
la aparente paz que buscaba Gabriel a esa edad.
No puedo o no quiero recordar como fue el momento justo en
que él me encerró, pero sé que fue de forma paulatina. Sí, primero me silenció,
un poco después me encadenó, continuó cegándome para que ya al final le fuese fácil dejarme encerrado
en las prisiones de su mente. A pesar de que por mucho tiempo le guardé rencor
y odio, siempre supe que llegaría el día en que me liberaría por alguna razón,
pues sólo me había aprisionado y nunca exterminado. Sin embargo, así mismo como
fue mermándome, pensé que de a poco iba ir liberándome, mas me liberó tan
repentinamente que ahora me he quedado perplejo y sin saber muy bien cómo actuar.
Gabriel había perdido
mucho cabello con el transcurso de los
años, de hecho desde arriba se le podía ver una pequeña calva que de a poco le
iba a comer toda la cabeza. Al llegar al terminal, él se puso a fumar y mirar
una fotografía que extrajo de su billetera. La fotografía (tamaño carné) era de una muchacha morena de pequeños ojos y
redondos pómulos.
-¿Quién es ella?.-
-¡Ay hombre! Siempre metiéndote donde no te llaman. Esta vez
si vas a estar conmigo no quiero que seas tan impertinente. Me dejarás cierta
privacidad ¿entendido?.- Alegó irritado. Yo sólo lo observé y le dije que
aquello sería un poco difícil, entonces mi amigo al contemplar que no tenía
remedio me reveló que era su novia, que de hecho se había comprometido con
ella. Yo me sorprendí con la noticia, pues nunca antes había tenido la
oportunidad de conocer a Gabriel en una faceta así, aunque en todo caso, ahora
tampoco se daría la ocasión porque el motivo de mi presencia parecía ser ese:
Gabriel estaría solo un buen par de meses en esta caótica región. Nos subimos a un autobús al salir del
terminal, él se fue pensativo. Era
increíble como ahora yo no podía ahondar
del todo en sus pensamientos, el nivel de desdoblamiento que había logrado para
conmigo era admirable, ya nada era como antes, no podía entrar y salir de su
mente a mi antojo, existía ahora una gran valla que aislaba mi presencia en su
cerebro, comprendí entonces a lo que se refería con que lo dejara tener cierta
privacidad, en todo caso, yo era parte de su mente por lo tanto tarde o temprano volvería a entrar en todos los
recovecos que ésta me ofrecía.
Caminamos un par de cuadras después de bajarnos del autobús,
nos encontrábamos en un precioso cerro desde el cual se podía apreciar con
entera intensidad la hermosa panorámica de la región del mar, aunque ahora la
neblina matutina producida por las cercanías del inmenso puerto no dejaban
contemplar todas las casitas de los cerros o la iluminaria de la autopista que
colinda con el puerto. Seguimos subiendo hasta llegar a un pequeño pasaje llamado
Harrington (la región del mar esta llena de pasajes, calles y bares con nombres
ingleses, pues una importante colonia de inmigrantes aporta una cuantiosa
población a la región) entramos hasta el fondo del pasaje hasta toparnos con
una inmensa casona de madera pintada de rojo. Era de esas que datan del siglo
XVIII y que son muy comunes por esta región, a pesar de sus años estaba muy bien cuidada. Para llegar hasta la puerta
de la casa había que abrir una reja magistral casi intimidante y luego subir
unas escaleras igual de imponentes. Mientras Gabriel esperaba que alguien
bajase y le abriese la reja, un hombre algo mayor salió de la casa vecina en la
cual se encontraban un par de perros que no paraban de hacer escándalo por
nuestra presencia (digo nuestra porque sé lo súper sensitivo que son los
animales) el viejo los hizo callar con su mirada, tenía barba y barriga, vestía
de terno, su estampa era como de alguien importante.
-Buenos días señor. ¿Usted va a arrendar una pieza aquí?.-
Interrogó el viejo observando con agudeza a Gabriel.
-Sí.- Respondió
dudoso, pues no conocía a ese personaje (bien, acabo de entrar un poco en su mente) el viejo se perfiló con
algo de estilo inglés y dijo:
-Mire, es mi deber moral informarle que me encuentro en
proceso de juicio con la señora que arrienda estas habitaciones. Yo soy el
dueño de ésta y otras casas, ella me sub arrendaba y bueno, yo y la señora no
llegamos a buen acuerdo, la tuve que demandar. Yo le informo esto para
que lo tenga presente, para que sepa que en algún momento usted y los otros que
están alojando aquí van a tener que irse. Yo de verdad lo lamento mucho, pues
no tienen la culpa de nada y van a tener
que pagar los platos rotos, pero como le digo, las cosas entre la señora y yo
no resultaron. Yo sólo cumplo con mi
deber moral al informarle.- Gabriel quedó helado, totalmente desencajado.
Cuando había hablado por teléfono con la señora que arrendaba la pensión, ésta
no le había comentado nada al respecto (Genial,
esta vez pude entrar sin problemas a su mente y adiviné fácilmente sus pensamientos) Era una mierda comenzar así el día, lo peor
es que él ya había pagado los primeros dos meses que estaría en esa casa y no
era ninguna gracia que lo jodieran de esa forma, en una región que no conocía,
con gente que no conocía, incomunicado de su familia y de su pareja, ahora sí que la sacaría bien estando sin
lugar dónde alojar. Finalmente el viejo se marchó en su camioneta y sólo unos
minutos después apareció un gordito vestido únicamente con bata. Era un chiquillo
de aspecto risueño. Con gentileza le abrió la reja a mi amigo, luego subimos
siguiendo el gracioso menear del trasero del gordo aunque evitábamos mirarlo
fijamente, pues no llevaba nada puesto abajo.
-La señora Eglantina no se encuentra ahora, pero aquí me dejo
tus llaves y…ven, te muestro tu pieza.- Gabriel subió algo cabreado por las
escaleras que rechinaban demasiado al pisarlas. El gordo le mostró un cuarto
bastante amplio que tenía sólo una cama y un escritorio. Gabriel dejó su bolso
en el suelo y preguntó cuándo llegaría la señora Eglantina.
-Mañana sin falta.- Y luego se excusó diciendo que volvería a
la cama, pues tenía mucho sueño. Justamente el gordo dormía en la pieza de en
frente, como no cerró la puerta pudimos ver que se acostó desnudo en su cama
junto a alguien que estaba ya en el interior de esta. Unas risitas se dejaron
sentir. Gabriel cerró rápidamente la puerta de su pieza algo azorado por ese
vistazo. Se recostó en la cama mirando el techo y durmió unas cuantas
horas.
Pasado un rato, mi amigo se dirigió al centro de la ciudad
principal de la región del mar, que en realidad era una ciudad puerto a la que todos los lugareños la definían
solamente como el puerto. Caminamos por las largas y estrechas calles repletas
de edificios gigantescos que se imponían con grandeza en el paisaje debido a
sus magnificas fachadas. Ciertamente el hecho de que se tratase de una ciudad
puerto le otorgaba un profundo sincretismo cultural al ambiente y era fácil
toparse en las calles con gringos, alemanes, franceses, japoneses o hindúes que
turisteaban por los alrededores del esquizofrénico lugar. Gabriel llegó hasta
las cercanías de un inmenso cerro y subió hasta la cima usando un ascensor que
se deslizaba diagonalmente. Tuvo que seguir caminando por el cerro, que parecía
insaciable en senderos y rutas, se maravilló también observando los paisajes
estratosféricos que le permitían admirar todo el puerto y casi toda la región
del mar. Que yo recuerde, en la sureña ciudad de Tal, los paisajes bonitos y el
cosmopolitismo sólo se podían contemplar en revistas de viaje que vendía un
viejito que justamente había vivido toda su vida en la Región del mar. El viejo
a diario contaba historias a los chicos de la cuadra sobre su enigmática
ciudad y decía que nadie que viviese ahí
salía de aquel lugar sin una buena razón para hacerlo, en su caso –decía- arrancaba del diablo con quien había hecho
una apuesta en uno de los bares más bohemios de la región, lugar en que Satanás
gustaba de tomar. Cosas así se decían de
la región del mar, en cambio la ciudad de Tal hacía más noticia por su
constante corrupción política, contaminación y auge en la industria del acero.
Por lo menos así era cuando Gabriel tenía quince años, quizás como será ahora.
Mi amigo ingresó a un departamento con amplios pasillos. El
departamento quedaba casi en la punta de una calle. Los pasillos tenían unos
inmensos ventanales que dejaban ver parte de las casas del cerro y el mar. Mi
amigo aún excitado por estas maravillas no se dio cuenta que pronto una de las puertas se abrió y apareció
ante sus ojos un hombre recio, de buen porte y cabello rubio. Al igual que el
viejo de la mañana, también vestía de
terno.
-Señor Llamas. Gabriel Llamas. Soy el abogado Dangelo
Martínez. Mucho gusto.- El hombre estiró su brazo para estrecharle la mano a mi
amigo, quien me miró entre sorprendido y enojado por no haberle advertido ese
susto, luego saludó al abogado.
-Así es.- Dijo con un tono de voz algo tiritón. –Gabriel
Llamas. Musicólogo y bueno… saxofonista también.- Ambos entraron a la elegante
oficina del abogado que poseía adornos muy orientales, además de cuadros que
contenían retratos de compositores clásicos. Después de que Dangelo hurgara un
rato en su escritorio sacando papeles y ordenando carpetas, se fijó nuevamente
con amabilidad en mi amigo y le consultó si quería tomar un té o algo así. Mi
amigo declinó amablemente la oferta, pero lo cierto es que no estaba tranquilo,
su nerviosismo era total (nuevamente pude
escarbar en su sentidos y emociones).
-Bien pues, iré directo al grano.- Dijo el abogado sin
cambiar la voz agradable de alguien ya experimentado y relajado. –Yo soy el representante del señor Leroca,
la persona que quiere contratarlo, ¿le suena ese nombre?.- Gabriel sorprendido movió afirmativamente su cabeza.
-Bien, mi jefe se ha embarcado en uno de los proyectos
musicales más ambiciosos que el mundo conocerá. Quiere llevar el universo del
sonido a otros parámetros y necesita de su vital ayuda.- Yo no entendía muy
bien qué pasaba, nuevamente la mente de Gabriel me cerraba el paso.
-Espere un momentito.- Objetó Gabriel. –Yo debería estar en
la lista negra de Leroca, ¿por qué me quiere a mí para trabajar con él? Es
decir, yo hundí su carrera, descubrí que su obra más importante era un plagio
de un autor italiano del siglo dieciocho. No me imagino la razón por la que
quiere contratarme.- El abogado continúo mirando con mucha calma a mi amigo e
inclinando su silla hacía la ventana, cosa de sólo mirar las nubes, comenzó:
-Cuando se supo esto
del plagio, la sociedad de músicos ciertamente crucificó al maestro Leroca por
lo que él llama su “especial habilidad de plagio”. Imagínate, para el ambiente
de música docta moderna, el saber que uno de los más grandes exponentes
había…basado su mayor obra, su magnum opus, aquella pieza que revolucionó el
panorama conformista y desgastado de los salones, en simples manuscritos de un fracasado y
frustrado músico italiano de la ilustración, fue algo imperdonable y devastó la
carrera como director del maestro Leroca. Cuando él supo que la persona que
había revelado tal información no había sido un sabio de sabios, sino un
muchachito universitario que exponía aquel tema como su tesis, cayó rendido…de
la maravilla que le provocó saber que un genio como tú había descubierto tal
cosa que ningún otro maestro de la música si quiera pudo sospechar. Fue
exiliado del ambiente académico, mas no se sintió mal y ahora esta embarcado en
un mega proyecto que podría cambiar muchas cosas.- Gabriel sonrió para mostrar
cierta cordura.
-Lo que el señor Leroca quiere de ti es simple.- Dangelo le
alcanzó una carpeta, el saxofonista la abrió y revisó algunos documentos que
venían dentro, pareció no entender mucho.
-Dado que demostraste un manejo increíble en el campo de la
investigación musical descubriendo que la opera de Leroca nunca fue de él y
puesto que tu modo de análisis es increíble, ya que en tu tesis incluso
lograste encontrar los mínimos detalles que Leroca agregó vagamente a la obra
original...- El abogado dio una larga pausa para respirar.
–Dado todas esas razones… estas más que calificado para que
el señor, el maestro, te reclute para este trabajo.- Dangelo sacó tabaco de su
escritorio, le ofreció a Gabriel, pero él no quiso. – Gabriel, ¿alguna vez has escuchado hablar del desastre del piano
Bremejol?-
-Algo.-
-Bien, el desastre de Bremejol es la fatídica historia del
pianista Holandés, Norbert Bremejol, quien construía sus propios pianos
agregándole elementos dentro de las llaves de afinación. Elementos como
tachuelas, clavos, cintas adhesivas, hasta piedras lisas usó. Cualquier cosa
con tal de provocar nuevas notas al espectro sonoro. Bueno, se sabe tan bien
que este tipo pertenecía a una secta espiritual que buscaba…lo que todas las
sectas espirituales buscan, y por eso se dice que intentaba encontrar la nota
que pudiese controlar los actos de la mente humana. En fin, la chismografía nos
cuenta que Bremejol en el año 1988 ofreció un concierto en Estado Unidos, se
trataba de un recital bastante underground tomando en cuenta el personaje del
que hablamos y bueno, algo pasó en ese concierto, pues la gente comenzó a comportarse de manera muy
violenta y terminaron quemando el piano del músico y empalándolo a él sobre su mismo instrumento. Tétrico ¿no te
parece? En fin, hoy en día existe una banda de rock gringa llamada The Usuals
que tocan una música digamos mundana, muy experimental. Son mínimamente
conocidos sólo porque el fundador de esa banda fue el guitarrista de un grupo
de rock muy conocido en los noventa. “Lost Faith” Como sea, la cosa es que
Leroca sospecha de una conexión entre estos chicos y Bremejol, no obstante, él
no podría averiguarlo, pero tú sí.-
-¿Una conexión? Sólo es eso, quizás el guitarrista o el
tecladista o no sé, el bajista están obsesionados con Bremejol.- Resolvió mi
amigo como si con eso lo arreglase todo.
-Para lo famoso que llegó a ser Bremejol, lo dudo bastante,
sobre todo porque de su música no se conoce nada, no existe registro alguno,
simplemente es conocido por esa loca historia y es más, en el tiempo que vivió, poca gente supo de su vida como
músico. Ahora, estos chicos de The Usuals, tienen apenas veinticuatro años,
veinte seis como mucho. No creo que recibiesen una influencia directa del
pianista. Lo que pasa es que las notas de una de sus canciones son exactamente
esto.- Dangelo abrió una carpeta, en el interior había un partitura
dibujada a mano, lo curioso es que las
notas estaban rayadas de diferentes formas, por ejemplo la llave de sol tenía
unos círculos a su alrededor y un rayo la cruzaba. El papel estaba rasgado a la
mitad.
-¿Qué es esto?.- Preguntó mi amigo algo más excitado.
-Es una de las únicos registros que quedan de canciones de Bremejol, Leroca se la consiguió. No me
preguntes cómo, no lo sé. Pero sí se puede asegurar que se trata de Bremejol,
pues su firma está en la esquina izquierda superior, esa firma es
definitivamente de él, no es falsificada, eso ya lo comprobamos. Este extraño extracto de canción es ni más ni
menos que lo que The Usuals tocan en diferentes partes de canciones de uno de
sus discos, “The pianist”. Queremos que tu resuelvas este acertijo.- Gabriel
nuevamente se echó a reír, pero sólo para liberar nervios.
-Esto es una locura,
pareciera que vamos a desentrañar el misterio más grande del mundo.-
-El misterio del mundo y del universo, Gabriel, es la música
y nada más.- Gabriel se quedó mirando al abogado completamente aturdido. Este
continuó hablando. -Yo siempre quise estudiar música, pero bueno, ya sabes como
se ponen los Padres y ya ves, terminé de terno y corbata como abogado, pero
trabajar para el maestro Leroca me ha ayudado a completar un poco ese sueño
frustrado, además de enseñarme a tocar batería.- Dijo con un tono meloso.
-¿Y por qué Leroca no está aquí?.-
-Justamente él está ocupado en una de las islas del
archipiélago, llegará en un mes y te contará el proyecto sonoro que va a
realizar y en el cual tu investigación será de suma importancia. Entiéndelo, yo
no podría decírtelo, a pesar de que sé o creo saber de qué se trata todo esto,
no podría decírtelo, espera al señor Leroca, él te lo dirá todo.- Gabriel
suspiró pensando que el haber tomado este trabajo había sido una pésima idea. (Estoy ahí, ahí en su mente, já)
-Me prometieron una paga muy buena.- Exigió mi amigo entonces
el abogado le alcanzó un cheque con un monto desbordante.
-Con eso tienes para todos los gastos necesarios, urgentes y
extras que requieras por estos seis meses en que has sido contratado. Cuando
termine ese tiempo, tendrás un cheque con el doble.- Gabriel quedó perplejo, el
doble de aquel monto, eso sería…
-Sólo tienes que firmar aquí.- Indicó Dangelo mostrándole
unos papeles más. Gabriel se abstuvo con miedo a hacer lo que le pedían,
inmediatamente una duda lo azotó y se paralizó, mas el dinero no era ningún
invento por lo que sin pensarlo más firmó. Una vez que firmó pareció tomar
conciencia nuevamente de todo y las puertas de su mente se me cerraron
bruscamente.
-Ok, ok, estamos listos Gabriel. Escucha, a pesar de que el
trabajo pueda parecerte duro, sobre todo porque estarás lejos de tu familia y
de tus amigos, también debes aprender a aprovechar el lugar en donde estás.
Créeme, la Región del mar es también la región de la música…de los sentidos en
general, aquí todo se exacerba sin piedad. Mira, mañana tocaré con mi banda de
jazz en un localcito, ¿te parece si vienes a vernos? después podemos conversar
un rato, te puedo endilgar para que sepas más o menos como es la vida acá
porque tampoco te la puedes pasar investigando, te volverías loco. Imagínate
que hasta Lovercraft, el escritor, salió huyendo de aquí luego de una corta
visita diciendo que si no se iba terminaría siendo una persona inmortalmente
maldita. Entonces ¿nos vemos mañana?.- Gabriel aceptó y con una sonrisas de por
medio se zanjó el negocio.
A la salida, Gabriel caminó algo achacado, se sentó en una
banca que estaba en una plaza y mirando hacía el suelo dejo correr unas
lágrimas por sus ojos.
-¿Qué te pasa?.- Le consulté preocupado.
-Es que.- Me respondía entre sollozos como cuando niño. –No
creo que pueda resistir tanto tiempo aquí, lejos de todos, lejos de ella, de la
mujer que amo… de Lina.- Así que ese era el nombre de su prometida, me senté a
su lado y comencé a consolarlo.
-No puedo creer que esté aquí, en este lugar, lejos de todos,
lejos, tan lejos, tan jodidamente lejos, si yo tenía una buena vida. Algo ya
armado. Por fin había conseguido un grupito de amigos, me iba a casar con Lina,
tenía mi banda de jazz. Todo por la maldita plata. ¡Mierda!.-
-¿Hace cuanto conoces a Lina?.-
-Hace años cuando yo estudiaba música y ella enfermería. Eso
fue poco después de que te encerré.-
-¿Y se llevaban bien?.- Gabriel se quedó pensativo, de pronto
sus lágrimas se detuvieron, mi pregunta tenía segundas intenciones, pues cuando
merodeé por su mente algo había podido vislumbrar al respecto.
-Por supuesto que sí, salvo…que supongo que no soy un buen
amante.-
-¿En el sexo?.-
-¡En qué más!.-
-¿Y así piensan casarse?.-
-Nos amamos. De verdad que nos amamos, pero el sexo…no es mi
fuerte. Yo… yo nunca he copulado dentro de ella. Ya llevamos bastante tiempo
junto y aún siento mucho pudor con algunas cosas, me dificulta mucho excitarla,
no logramos coincidir en satisfacciones este… ¿POR QUÉ TE CUENTO ESTO?
-Bueno y por qué no lo harías, supongo que no tienes amigos
para hacerlo.-
-¡Ya basta! Escúchame, no te propases en tus límites, si te
saqué de la cárcel en la que estabas es para que me acompañes, pero las cosas
no serán como antes, no volverás a manipularme!.-
-Yo nunca he hecho tal cosa, en todo caso, siempre has sido
tú el que toma las últimas decisiones.- Le dije cabreado por su actitud.
-¿Ah si? y acaso olvidaste la razón por la que te encerré.-
-Lo he olvidado.-Dije sin mentir. –Pero en todo caso, lo que
sea que haya pasado, si yo lo hice tú también lo hiciste y no te puedes lavar
las manos.-
-¡Es mentira, tú te empezaste a desdoblar y a consumirme! Yo
ya no era yo. Y no dejaré que eso vuelva a pasar, ¡me entendiste! Sólo me
hablarás cuando yo te hable.- La gente miraba a Gabriel gritarme y señalarme
con el dedo, parecía un ministro de fe dando su mensaje de manera eufórica en
la plaza. Por supuesto que a la vista de todos, Gabriel le estaba gritando al
aire, lo que lo hacía ver como un completo chiflado. Finalmente se dio vuelta y
caminó cuesta abajo, sólo se distrajo cuando vio pasar a una chica que trotaba
en sentido contrario a él, es decir subiendo el cerro. Era una chica hermosa,
de pelo castaño y tez muy blanca. Su
cabello largo se lo amarraba con una cola de caballo. Gabriel la quedó mirando
embobado, pero ella siguió derecho hasta perderse sin si quiera molestarse por
las miradas lascivas de mi amigo.
Como a las doce de la noche Gabriel se encontraba exhausto de
tanto investigar sobre Bremejol, el cansancio lo tenía tan acabado que
instintivamente apagó el notebook, con algo de congoja tomó su celular y marcó
un número, mas la llamada que el esperaba no fue recibida, con enorme decepción
fue hacía la ventana y prendió un cigarrillo. La ventana era inmensa y la vista
transmitía una cierta serenidad por el hecho de dar al mar. Entonces unos
gritos se escucharon en la casa de al lado, se trataba de una mujer alta y
delgada, con el cabello evidentemente teñido y los labios vistosamente
carnosos. La mujer, de alrededor de unos treinta años, gritaba afligida, había
abierto la reja y en eso se había escapado uno de los perros de aquel recinto
(perros, que por lo demás, se la pasaron toda la tarde ladrándole al que pasara
cerca) la pobre mujer consternada gritaba “Coqueta, coqueta, ven para acá” y
continuaba frenéticamente pidiéndole a la mascota que volviera, de pronto unos
gruñidos se escucharon, al parecer dos canes se confrontaban. En eso la mujer
que inútilmente estaba parada ahí, en vez de ir por la perra llamó a un tal
Julio para que la fuera a buscar. El tal Julio no era otro que el viejo que nos
recibió (o mejor dicho recibió a Gabriel) en la mañana. El viejo que vestía el
mismo terno salió de la casa con aires de imponencia, se perdió entre las
sombras del patio trasero y apareció nuevamente, pero ahora con una vara de
metal del largo de un báculo en su mano derecha. Caminó con templanza hasta el
final del pasaje en donde terminaba el pasaje y empezaba la calle, ahí se
encontraba la tal coqueta ladrándole a un perro, entonces el viejo ya no se vio
más, pero se le escuchó gritar como si fuese a acriminarse. Un sollozo profundo
seguido del sonido frenético de unas patas que corrían fue el preámbulo para lo
que vino. Unos profundos gemidos y aullidos se escuchaban tras los metálicos
azotes que la vara realizaba al chocar contra el cemento. Los gemidos grotescos
y dinamitados del perro prorrumpieron por toda la calle e incluso se podía
escuchar la energía con la que el viejo azotaba al animalito que no paraba de
implorar clemencia. Mi amigo, anonadado ante los sonidos comenzó a provocar en
su sangre una cierta estimulación gozosa. De pronto la mujer miró a Gabriel,
esta mirada fue interceptada por mi amigo y ambos entraron en una incomoda
situación aunque Gabriel no se movió más de un centímetro de la ventana, se
quedo ahí, morbosamente cómodo frente al hecho. Fue la mujer quien se movió,
corrió a rogarle a Julio que se detuviera. “Ya Julio deja de pegarle” a la
tercera vez que se lo pidió el hombre le obedeció. Después de un rato
aparecieron por la casa, él continuaba con la vara en su mano derecha, tenía la
camisa desabrochada, estaba acalorado, su miembro endurecido y tenía una leve
sonrisa siniestra en su rostro. Ella iba unos pasos más atrás, con la mirada
gacha, llevando en sus brazos a la tal coqueta que estaba tiritando,
profundamente afectada. Fue la mujer quien cerró la reja y miró por última vez
a la ventana para encontrarse nuevamente
con la acuciosa mirada de mi amigo quien ni se inmutó ante tal confrontación.
La dama siguió su camino hasta perderse.
Que muestra de energía tan sádica pensó mi amigo ¿qué sería
esa pareja? ¿Padre e hija? ¿Esposos o amantes? (otra vez estoy en su mente) mientras su flujo mental se atestaba
de preguntas, Gabriel fue cerrando los ojos, sintiendo la tenue brisa nocturna
que le indicaba que aún quedaba tiempo para el invierno. Sin siquiera darse
lapsus alguno, llevó su mano hasta sus genitales y empezó a manipularlos.
Internamente se imaginaba el mismo ante jardín de esa gran casa, en el estaba
la mujer con un rostro afligido. Sus carnosos labios estaban pintarrajeados e
incluso el lápiz labial se encontraba algo corrido. El cielo se veía del mismo
rojo que esa boca profunda, de pronto apareció en escena Julio que sosteniendo
su mortal vara de metal se acercaba a la mujer quien no paraba de sentir miedo.
Ella se sentó en el suelo, cerró los ojos mostrando especial dolor cuando el
viejo hizo golpear la punta de la vara contra el piso, Julio sonrió
maquiavélicamente tirando la vara lejos y acercándose a la sometida. Ésta,
temblando igual que coqueta después de haber sido brutalmente castigada,
trataba de evitar la mirada del viejo. Éste llegó a un punto de cercanía en
donde el rostro de la mujer topaba justamente con la entrepierna del hombre. Ésta al percatarse
de esa posición, miró atemorizada a otra dirección, el viejo le quitó con
brusquedad la pobre blusa que estaba usando y manoseó sin compasión los senos
de la mujer que eran por lo demás senos pequeños, como de niña. La mujer
bastante harta de aquello intentó alejarle la mano moviendo ligeramente su cuerpo,
Julio se lanzó sobre ella hasta quedar arriba, le quito los pantalones y
cualquier otra cosa que cubriese su entrepierna. La mujer indudablemente sentía
incomodidad con la acción. Julio la abofeteó en el pómulo derecho sin
consultarle nada. Ella le reprimió débilmente ese acto diciéndole que no le
parecía bien, pero poco a poco el miembro de Julio se levantaba rígido ante esa
violencia.
-¡Necesito más!.- Gruñó Julio y acto seguido le propinó un puñetazo
fuertísimo en el otro pómulo. La rubia teñida quedó desmayada mientras Julio
con toda la verga erecta se disponía a atacar en los interiores exquisitos de
aquella mansalva dama. El éxtasis que le producía a Gabriel pensar en la
penetración violenta que el viejo ejercía impunemente sobre esa mujer golpeada
lo llevaba al goce vibrante, entonces llegó la eyaculación…pero vino acompañada
de una repentina llamada telefónica. Con indudable chiste, Gabriel observaba
como le goteaba el semen por la ventana en plena noche de Marzo.
Despistadamente trató de hacer mil cosas a la vez: Cerrar la ventana, subirse
el cierre del pantalón, no manchar la cama con su semen, pero le fue imposible
y cayó al suelo. El celular seguía sonando, Gabriel se apresuró a agarrarlo antes de que se
perdiese y con cierta vergüenza en su rostro notó que el número que lo llamaba
era el de su novia. Me miró pidiéndome a gritos cierta complicidad y contestó la
llamada.
-Lina, mi amor, ¿cómo
estás?.- Preguntaba mientras se subía el cierre. Totalmente sonrojado comenzó a
dar vueltas por la pieza haciendo crujir las tablas de madera que tronaban por
el peso de sus zapatos. Lina le preguntaba a mi amigo si había llegado bien, de
qué se trataba el trabajo y cosas por el estilo. Su voz sonaba tímida, retraída
y abrumadoramente aburrida, esto combinado a la seca información que Gabriel le
entregaba hacían que el ambiente fuese de una sosedad absoluta. Sin que Gabriel
se diese cuenta, me escabullí por la
puerta traspasándola y muy pronto me vi en el oscuro pasillo de la casona,
había muchas puertas cerradas, una que otra ventana que no dejaba ver nada por
sus gruesas cortinas. Atraído por los ruidos de un infante avance hasta el
límite de ese zaguán, la escalera. Todo era muy oscuro, pero a mí no me
molestaba la oscuridad en absoluto, había vivido mucho tiempo dentro de ella y
por lo demás mi naturaleza me dejaba reconocer muy bien las cosas en la profunda
maleza de las sombras. Llegué al primer peldaño de la escalera, bajé unos
cuantos centímetros y me encontré con un chiquito, tendría sus seis años, era muy
delgado, tan enclenque que el menor zumbido era capaz de derrumbarlo. Tenía la
piel morena y los ojitos cafés. Estaba sentado sobre uno de los peldaños en
donde las tablas estaban más rajadas y abiertas producto de su antigüedad. El
chiquillo sollozaba, cuando me vio fui yo el que me asusté pensando en que se
pondría a gritar o hacer un escándalo, pero no hizo nada, simplemente se corrió
un poco para que yo pudiese pasar.
-Hola niño ¿cómo te llamas?.- Le pregunté por la curiosidad
de alguna reacción, me agaché para sentarme a su lado.
-¿No le molesta su cola?.- Me preguntó al notar como me
acomodaba al sentarme.
-No, yo estoy bien.- Le aseguré. Mientras lo observaba un
frío interno escurrió por mi espalda, los ojos del muchacho me transmitían un
vacio de aquel que se ha tragado diez cuchillos ardiendo.
-¿Qué haces aquí?.- Pregunté con algo de incomodidad.
-Aquí me quedé desde que mataron a mis Padres.- Contestó el
muchachito, el pequeño usaba pantalones cortos, sus piernas eran
escalofriantes, muy sucias y rasguñadas.
-¿Los mataron?.-
-Sí.-
-¿Y cuando pasó?.-
-Hace años.- El pequeño hizo una pausa, creí que en ese
momento giraría su cabeza directamente hacía mí y abriría su boca a niveles
demoniacos hasta absorberme brutalmente, pero solamente me explico la
situación.
-Ellos llevaban gente aquí, la escondían. Mi Papá era
ecuatoriano, era de piel negra, mucho más que la mía, mi mamá no, ella tenía la
piel mucho más clara. Escondían gente, a mí me divertía porque eso hacía que la
casa tuviese más vida, había más movimiento. Pero un día ellos llegaron a la
casa, derrumbaron la puerta y se llevaron a todos los que estaban aquí. Mi papá
intentó conversar con ellos, mi mamá corrió conmigo por el patio, pero en un momento
se detuvo y me dijo que me fuera al escondite, que era un nuevo juego. Trataba
de tranquilizarme, pero yo sabía que aquí nadie estaba jugando, de todas
formas, por el susto que tenía corrí al escondite y ahí pude ver como ellos
forcejeaban a papá, él se oponía con brutal intensidad, ellos estaban decididos
a sacarlo de la casa, mi padre gritaba consignas, decía cosas que me aterrorizaban
porque los maldecía con fiereza. Logró derribar a cuatro de ellos a pesar de
que ellos se veían mucho más fornidos, pero todo terminó cuando le cortaron la
mano, luego el pie y lo dejaron arrastrarse un momento por las escaleras, para
después llevárselo agonizante.- El chiquillo hablaba con una cautela incomoda,
de pronto se me ocurrió revisar las fisuras que las tablas de los peldaños de
la escalera presentaban. Justamente había una fisura más grande que sobresalía
del resto. Miré con atención por el hueco (mi visión es mucho más desarrollada
que la de un humano) y pude notar los rasgos de un cuerpo putrefacto,
descompuesto y carcomido por gusanos y ratones. No podía verlo completamente,
pero por sus dimensiones estaba seguro que se trataba de…de un niño.
De golpe aparecí en el cuarto de Gabriel. Él me miraba entre
asustado y sorprendido, yo no entendía muy bien por qué, de repente tuve la
ocurrencia de mirar el reloj. ¡Habían pasado exactamente cuatro horas desde que
me fui! ¡Desde que me fui! Comprendí en el rostro preocupado de Gabriel que me
había logrado desdoblar.
-¿Viste al niño?.- Le pregunte sólo para cerciorarme de que
mis sospechas eran ciertas.
-No, ¿qué niño?.- Gabriel jamás ha sabido mentir por lo que encontrarme la razón fue fácil. No
obstante, Gabriel tampoco es un palurdo y rápidamente se dio cuenta de mi
treta.
-Lo hiciste ¿verdad? Confiesa, ¡te desdoblaste!.- Yo no le
respondí, hacerlo hubiese sido un error. Lo que siguió fue una reacción igual
de evidente: Mi amigo dando vueltas por la pieza, arrepintiéndose por haberme
liberado, que yo sería su perdición, etc, etc, etc.
-Te saqué sólo porque sentí miedo, mucho miedo de llegar a un
lugar ajeno, a un lugar extraño, pensé que realmente podrías ser mi compañía,
que podría confiar en ti, pero me traicionarás, de seguro lo harás. Me
utilizarás como lo hiciste la otra vez, eso harás.- Me recriminaba al borde del colapso, casi gritando a viva
voz, yo lo tranquilicé dándole a entender que nada de eso ocurriría, pero bien
sabía yo que cualquier cosa que le dijese no serviría en lo más mínimo para
convencerlo. De pronto sentí como un peso metálico atrapaba mi pata derecha.
Era una cadena que nacía desde la cabeza de Gabriel vale decir desde su mente.
-¿Y esto?.-
-Para mantenerte cortito.- Me dijo Gabriel y se largo a
dormir en la cama, yo me eché al suelo tratando de acomodar bien la cadena que
ahora tenía unida. Vaya primer día.
Oscuridad y silencio por Nicolas Aravena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
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