- Estaba que me corría, mi hambre sería saciada. Quité el pene del ano de la chica, le dije que se quedase de espaldas y se sostuviese con sus manos, que levantase un poco las rodillas para yo ponerme bajo su cuerpo. Así le puse mi pene a la altura de su boca, le pedí que me lo succionara mientras yo (levantando un poco la cabeza) le realizaba un completo anolingus. Mi lengua pasaba deliciosamente por su ano estimulando aun más sus zonas reactivas de placer, lo sé porque ella chupaba audazmente mi falo. El acto duró poco, pues rápidamente me corrí en la boca de la chica. El semen se desparramo como una explosión, fue tan fuerte que Isidora incluso se atragantó.
Hambre.
El hambre me corroía por todo mí ser, sentía una picazón
consistente, caliente. Sentía que mi espalda se desarticulaba. Poco a poco me
daba cuenta de lo inmaterial que era, de que mi cuerpo era una forma prestada
únicamente por la imaginación de mi amigo. A Gabriel mismo lo veía alejarse,
desvanecerse, aunque en realidad era yo quien se perdía en un umbral en donde
ya casi nada se podía identificar por su unidad, por su misterio, por su
conmoción. Era cierto, estaba adoptando mi realidad irreal, empezaba aceptar el
mínimo espacio de vida que tenía. Estaba con hambre, mis orejas puntiagudas se
retorcían hasta caer laxas, mis dientes filosos se fundían con mis colmillos
provocando que mi hocico poco a poco desapareciese. Mi nariz ártica se va
perdiendo ante la risible proporción que mis fosas nasales van adquiriendo, lo
peor y más horrible es que mi cola se va quemando como si fuese la mecha de una
bomba, sé que cuando se consuma me perderé en algo peor que la oscuridad en la
que antes Gabriel me había encerrado.
Por otro lado mi amigo se encuentra confundido, ayer no
durmió, sus ojeras lo acusan de grandes pesadillas en estado consiente. Los
nervios, la sequedad de boca, las uñas mordisqueadas, tanto las de las manos
como las de los pies. Todos, todos son indicios de crisis, pero yo también me
estoy hundiendo y lo más probable es que terminemos en un gran daño. Es que mi
hambre parece afectarnos a ambos. No importa más, creo que la situación lo
amerita, debo posesionarme de su cuerpo, de su conducta y emociones, sólo por
un rato. Aceptaré los riesgos, no puedo desaparecer, el hambre me mata y como lobo debo sobrevivir. El EROS
antes que todo debo decir. Ahora Gabriel esta durmiendo, débil, agotado, sin
ganas de despertar. Sin duda que los hechos de ayer algo parecieron afectarle
¿Quién sería aquella muchacha que tanto seguía? ¿Por qué lo hacía con esa
obsesión indescifrable? Me resultaba
extraño entenderlo, pero ahora no quería hacerlo. Debía poseerlo, quizás hasta él
mismo era quien me obligaba a poseerlo. Me adentré en su cuerpo, por un día
Gabriel sería como yo y yo sería real. Unas horas después desperté y mi mirada
estaba en los ojos de Gabriel, mi amigo estaba terriblemente asolado, ni
siquiera se opuso o se dio cuenta de esta violación. Ahora usaba el cuerpo de
Gabriel para desplazarme, entendía el mundo con sus sentidos, vivía según su
paradigma. Debía aprovecharlo mientras durara.
“Imágenes de la calle
Juan Cage. Comienza en una diagonal y se extiende hasta el sur, es una calle
larga que nunca he transitado completamente porque dicen que más allá hay un
campamento de indigentes y es peligroso pasearse por ahí. Yo pasó todos los
días por esa diagonal y observo el nombre de la calle en esos postes negros. Al
sur, Juan Cage, al norte Juan Zorn, yo voy a Zorn porque para allá queda mi
colegio y odio ir a el, pero tengo que hacerlo porque mi papá es maestro y
sabría si empiezo a faltar.
Aun tengo pesadillas
con el lobo, se me aparece por las
noches y dice que me comerá. No quiero ir al psicólogo aunque me temo que
pesadillas con Lobos es un problema serio ya a los once años y vaya que son
cada vez más comunes, más reales, el lobo me habla y casi me toca. Pero no
quiero ir al psicólogo, no, no quiero ir de nuevo. Maldición, todo por culpa de ese sacerdote asqueroso que abusó
de mí cuando a penas era un niño. Desde entonces mi vida ha sido un mero
lamento.”
Lo malo de este estado es precisamente tener que convivir con
los flashazos que Gabriel almacena en su memoria, de vez en cuando son
chispazos simples, como detalles del día anterior, nombres, números, fechas y
cosas así, pero a veces me atormentan recuerdos gigantescos. Recuerdos que
empiezan con una simpe imagen, pero que conllevan toda una reflexión, como si
la rama de un árbol tomará vida propia. Aún no logró distinguir si esas
reflexiones son parte del recuerdo mismo o son ecos del pensamiento de Gabriel
en su actual estado semi-vegetal. Como sea influyen en mí.
El hambre se me iba pasando a medida que más visible era al
mundo. Caminaba por las calles, sentía el suelo, el piso duro, el eco de las
pisadas. Era maravilloso sentirse real. De pronto un impulso vehemente me
agarró desde las piernas, el falo de Gabriel se dirigía sin control hacía las
féminas que pasaban por la calle, era una cosa sin escrúpulos, se erectaba tan
descaradamente que corrí a sentarme a una banca de la plaza para disimular ese enorme bulto. De pronto
comencé a sentir las ganas de saborear el sexo opuesto, toda mi voluntad se
dirigía a ese recóndito deseo y mientras más lo imaginaba, más hambre saciaba y
más deseos aparecían. Muy pronto los deseos comenzarían a controlarme.
“La imagen de Capuso
golpeándome hasta sangrar en los baños del colegio es una imagen casi cliché.
El bravucón abusando del introvertido, del callado, del menospreciado, del que
se la pasa en un rinconcito haciendo dibujos sin futuro en los cuadernos. El
matonaje estudiantil era una de mis realidades frecuentes, pero esta vez Capuso
me estaba golpeando por algo más hondo. De hecho estaba pronto a dejarme inconsciente,
mi sangre ya ha sido regada en la cerámica del baño. Los cómplices de Capuso se
han ido, asustados por el descontrol que su líder mostraba. El bravucón se
ensañaba sin piedad, mostrándome, sin dejarme respirar, sus nudillos sobre mi rostro. Una y otra vez me golpea, la
cosa no acaba. Caigo exhausto, intento reponerme, levantar e incluso pelear con
el grandulón que tengo en frente, pero Capuso tiene el ingrediente secreto de
la rabia en sus ojos y ante eso no parará de machacarme hasta verme muerto y
muy pronto lo estaré. Caigo al suelo finalmente, el infeliz sigue pateándome,
después me ayuda a levantarme y me restablece de pie sólo por el gusto de darme
otro puñetazo que me deja en el suelo nuevamente. El golpe contra el piso ha
cortado parte de la superficie de mi oreja, mi boca esta hecha un cadáver. Mis
músculos no responden, siento que la sangre escapará en una gran fuga en
cualquier momento y me quedaré seco. Por suerte llegan los profesores a
interrumpir todo, agarran a Capuso que ya esta listo para darme el golpe final.
Entre varios profesores logran reducirlo y corren a asistirme. Capuso me lanza
maldiciones con justa razón “¡Era mi hermana, monstruo, mi hermana y tú le
hiciste eso!” desde lejos puedo verle sus lágrimas de impotencia. Capuso ese
día seguramente me hubiese matado, gracias a Dios no lo logró, yo sólo tenía diecisiete años, aunque quizás
hubiese sido el mejor momento para morir”
Caminé muchas horas por las calles, era agradable sentir el
aire en los orificios, pero a medida que el día avanzaba mis ganas se
duplicaban. No pude más, estaba decidido a hacerlo, me paseé por todo el centro
buscando mujeres, inspeccionándolas, olfateándolas si se podía. No quería
tirarme en una si no en cien, estaba en un verdadero conflicto interno, poco a
poco los preceptos de la estrecha moral burguesa no me ataban, poco a poco era
yo quien manejaba mis volúmenes, de pronto escuchaba a lo lejos la voz de
Gabriel pidiéndome que lo sacara de la oscuridad, pero yo no podía hacer eso.
Gabriel parece que nunca ha entendido que el único con la clave de libéralo es él
mismo, yo sólo me puedo descontrolar, es parte de mi naturaleza. Las lúdicas
plazas de la región del mar me hicieron estacionarme en mi búsqueda. Me quedé
en una plaza gigantesca, llena de negocitos de comida rápida y puestos de artesanías,
había un café en una esquina en donde se encontraban aparcadas al menos cuatro
motocicletas, un mimo realizaba ridiculeces en otro punto de la plaza mientras
que en otra esquina un gordo gitano se ponía a cantar rumbas haciendo un
espectáculo vergonzoso por su pobre capacidad vocal. Yo me quedé quieto en una
silla, miré a un punto fijo, al centro de la plaza en donde se encontraba la
gran pileta con la estatua de una gigantesca gaviota que abría sus alas. El
pico y la mirada del pájaro apuntaban hacía el mar, hacía el lugar que tanto
adoran volver esas aves. Muchas mujeres se paseaban por ahí, de todas las
edades y formas, era un crisol de mujeres que incluso opacaban el transito de
hombres, ¿será que las mujeres prefieren caminar por la luz y los hombres por
la sombra? Como sea, mi mirada se posa en todas y finalmente una acoge mi
presión. Mis ojos se cruzan con los de una joven y flaca muchacha de ropas
grises, cabello largo y oscuro, de cara algo alargada. Está sentada a orillas
de la pileta, me mira y reconoce que mis ojos son de deseo, tal vez un poco
incomoda por esa deducción decide irse del lugar llena de nervios. Yo también
me levanto de la banca y me apuro a seguirla. La luz del medio día comienza ya
a estirar la sombra de los arboles y edificios. He traspasado la plaza tras su
rastro, el caudal de gente por todas las calles me obstruye la persecución, mas
el nervio que siente la chica de ser acechada por mí es algo que me permite
localizarla inmediatamente entre el tumulto. A lo lejos suena el bocinazo de un
barco que se asemeja al pitido de un tren.
“Un tren, de eso tengo un recuerdo tan evocable. Siempre viajábamos en
tren para ir a ver a mi abuela al campo. Era más económico irse por ese medio,
pero también más lento. Sin embargo, esta vez el paisaje repetitivo de las
casas y campos que existen en el camino hacía el sur no lograron aburrirme,
debe ser mi mente la que no me deja tranquilo. En frente tengo a mi madre quien
con un rostro severo me vigila, ahora soy un criminal. Aún me duelen los golpes
que Capuso me dio hace seis meses, no lo puedo culpar, su hermana murió por mi
culpa. Bueno, ella se suicidó, nunca sabré de qué forma, algunos dicen que
colgándose, otros que lanzándose desde el décimo piso de su departamento, otros
que incluso se martilló la cabeza hasta que reventó. No sé ni he querido saber, ya con
haberla violado siento que me he ido al
infierno. Desde que le hice eso he pensado mucho en mi futuro, si acaso eso
continuará persistiendo. Hablo de un futuro común y corriente, un futuro en el
que pueda ir a la universidad, conocer una linda chica, casarme, tener hijos,
trabajar en algo que me guste. Parece que ya no tengo derecho a eso y quizás es
lógico, lo más lógico es que mi destino se acabe aquí a una semana de cumplir
dieciocho años. Una vez entrado en el lado oscuro no se puede regresar,
reinsertarse es una fantasía, pues siempre funciona ese gen maligno que me
impulsó a hacer lo que hice, violar a Sofía. No sé si soy malo, o si soy una
victima de las circunstancia. Si el hecho de que un sacerdote me haya violado a
los seis años habrá desencadenado todo esto. No sé, lo único que puedo entender
es que mi vida se fue a pique y ya no me importa, soy como los paisajes que
muestra este tren tras su ventana, pasajeros, sin importancia, basta que una
bomba caiga aquí para que todo el campo quede reducido a la nada. Así está mi
vida ahora, dispuesta en la nada, no quiero hacerle mal ni bien a nadie, sólo
quiero sentarme y contemplar los campos del sur que evocan al aburrimiento más
absoluto. Puede que lo mejor sea esto, después de todo me salvé de la ley
gracias a mi tío, quizás sea lo único que pueda hacer ahora, irme al campo de
mi abuela y vivir ahí. Me preguntó si la naturaleza me perdonará.”
Continuó en mi persecución, la muchacha ya sabe que la sigo
con un objetivo claro, sus nervios me lo dicen, a pesar de que se mete por
galerías de manera azarosa yo no la pierdo de vista y si lo hago su torpeza me
permite volver a encontrarla fácilmente por la calle. Por unos momentos siento
algo de miedo de que ella se tope con alguien o decida encararme frente a
todos, pero no, se nota que los nervios la tienen agarrada hasta la última
mecha, ella no tiene idea qué hacer excepto caminar una y otra cuadra sin
descanso. De repente comete un error, se va a pasear por una plaza donde
confluye poca gente. Hay mucho arbusto donde esconderse, no pierdo la
oportunidad, me adelanto hasta llegar a su lado, le tomo el brazo, ella se
resiste, pero no grita, a lo mejor aún cree que la dejaré ir, su actitud me da
cierta confianza por lo que la lanzo al pasto y me tiro sobre ella. Le tapo la
boca, ella se pone nerviosa, intenta desprenderse del peso de mi cuerpo. Le
lamo el cuello con vehemencia mientras que con una mano me desabrocho el
cinturón y me quito los pantalones. Rápidamente me saco los calzoncillos y sin
dejar que la muchacha haga alguna acción le lanzo un viento cálido sobre su
oído, era mi aliento que bajaba por todo su cuello hasta desembocar en la
comisura de sus senos que le besé frenéticamente. Entonces lo siento, la muchacha se excita.
Sus pezones se endurecen y ella misma me ayuda quitándose los pantalones. El
pasar de la gente que transitaba por ese tranquilo parque nos encrespa los
pelos por el rubor que es sentirse expuestos. Ella se afirma sobre mis hombros
mientras yo continuo usando mi lengua para recorrer sus hombros, sus labios y
su nuca, no sigo demorando y la penetro enseguida.
-Sí, que duro, tu pene parece de acero.- Susurra ella seguida
de brutales gemidos. Yo vuelvo a taparle la boca y esta acción hace que el pene
entré con más dirección hasta tocar un punto también duro, pero a la vez
cálido.
“Ese día la acompañé
hasta su casa, era de noche. Hace poco había adquirido la licencia y pese a que necesitaba estar en la compañía
de un adulto para conducir, igual saque el auto por mi cuenta. Éramos yo y
Sofía los que íbamos ahí. De pronto estacioné el auto, aún estábamos lejos de
su casa, teníamos colegio al día siguiente así que no debíamos llegar tarde.
Entonces el lobo susurro a mis oídos.
HAZLO me decía. Baje los seguros del auto para que ella no pudiese escapar. Miraba
con miedo al lobo que me aseguraba con sus ojos que todo saldría bien, entonces
en un brusco movimiento golpeé a Sofía…”
-Me gusta, me gusta, sigue.- Prorrumpía la jovencita
explotando en orgasmos, su vagina chorreaba mucho por acción de la dilatación.
A pesar de que todo había sido rápido, ella no terminaba de pedir más y a mí me
costaba tranquilizarla así que comencé a asfixiarla mientras la excitaba con mi
penetración intensa, esto le produjo más placer todavía, pero al menos no hacía tanto escándalo. Sus ojos
se volteaban a una profunda y rotunda voluptuosidad.
“Ella gritaba de
terror, mas nadie podía oírla. Manoseé todo su cuerpo con torpeza y brutalidad.
Apreté sus senos virginales mientras ella simplemente lloraba y suplicaba una
salvación. Yo no le decía nada, no quería decirle nada, simplemente quería
atacarla como el lobo lo haría. Así que tironeé sus ropas hasta rompérselas. La
abofeteé para que se quedara tranquila y le desprendí sus cuadros. Con tímida
confianza la penetré, al parecer ella no sentía nada; sin embargo, pude romper
su himen. Con algo de miedo quise eyacular, pero el semen se me atascaba en la
punta de la verga, al parecer no estaba tan excitado como quería. Los sollozos
de Sofía me intranquilizaban, la abofeteé una vez más, su rostro ya dejaba ver
un consistente moretón. Frente a ella me masturbé con violencia. Finalmente
logré eyacular lanzándole el semen en su rostro, las lágrimas de Sofía se
mezclaban con el liquido de mi sustancia que la recorría de manera invasiva,
sus ojos estaban completamente descolocados, ya no tenía reacción de pena,
parecía indiferente a lo ocurrido, estaba incluso ida aunque yo también. Ni
cuenta me di cuando logró abrir el seguro del auto y cayó al suelo para
vomitar.”
Continué entrando y saliendo, comprendí que a ella le gustaba
lo que le hacía. De pronto se puso de espaldas para que le diera en medio de
las nalgas, quería gozar del porte de mi pene
por otras cavidades. Le gustaba estar sudada. Se quitó ella misma la
ropa. No opuso resistencia después de unos cuantos minutos. Comencé a entrar
por esa abertura tan estrecha, pude notar un lunar cerca de su nalga izquierda.
Y empecé. Las nalgas se le movían como el batir de alas de una mariposa, ahora
sin tapujo alguno la muchacha gemía con todo su ser, intentando expresar de
aquella manera la excitación contenida en su vientre o en su culo. Traté de
posicionarme de una manera más optima, le pedí que se posara sobre sus
rodillas, levante un poco mi pierna, quería entrar muy profundamente, entonces
levante mis brazos para afirmarla bien de la cintura. Podía comprender que
tanto su útero como su perineo se contraían debido a las sacudidas que le
brindaba. Realmente la muchacha estaba caliente.
-¿Cómo te llamas?.- Le pregunté algo cansado mientras
continuaba dándole con fiereza.
-Isidora ¿y tú?.- Respondió tras una cortina de gemidos. Me
quede callado un rato, realmente no sabía qué nombre decirle, no quería pensármelo
mucho. Fui con mis dedos sobre su clítoris, pase la yema de mi anular sobre esa
bolita que tanto placer les produce a las féminas, poco a poco mi dedo estaba
húmedo y chorreado.
“No sabía bien que
hacer. Después de que vomitó en el suelo caminó unos metros y se sentó sin
señal alguna de reacción. En cuanto a mí aún me costaba comprender el fuego con
el que me estaba quemando, el lobo me observaba desde el asiento trasero.
-¡Qué! Hice lo que me
dijiste.-
-La violaste.- Me
acusó.
-Tú me lo pediste.- Le
reprendí.
-No es cierto, no te
pedí nunca algo así, te das cuenta lo que nos pasará.-
-No fue mi culpa, tú me
obligaste.-
-Nunca te puse una
pistola en la cabeza para que lo hicieras.-
-Tengo miedo, Lobo.- Le
dije completamente temblando.
-Está bien, yo no te
dejaré, pero tienes que entender que esto que acabas de hacer te perseguirá por
siempre.-Comenzaba a ver que el lobo adoptaba una forma muy consistente, lo
veía ya no tan transparente como antes. Es más, de a poco el lobo había ido
adquiriendo más color, más poder, más voz.
-Escapa, escapa ahora.-
Me sugirió, le hice caso y arranqué el motor del auto. Dejando a Sofía ahí
sentada en el pasto, completamente absorta en algo que yo no podía entender.”
Estaba que me corría, mi hambre sería saciada. Quité el pene
del ano de la chica, le dije que se quedase de espaldas y se sostuviese con sus manos, que levantase
un poco las rodillas para yo ponerme bajo su cuerpo. Así le puse mi pene a la
altura de su boca, le pedí que me lo succionara mientras yo (levantando un poco
la cabeza) le realizaba un completo anolingus. Mi lengua pasaba deliciosamente
por su ano estimulando aun más sus zonas reactivas de placer, lo sé porque ella
chupaba audazmente mi falo. El acto duró poco, pues rápidamente me corrí en la
boca de la chica. El semen se desparramo como una explosión, fue tan fuerte que
Isidora incluso se atragantó. Yo me quedé de cabeza en el suelo, ahora mirando
su ombligo, entonces por algún impulso extraño me observé la palma de mi mano.
“-Es hora de que te
vayas.-Le dije al lobo mientras subía el balde con agua del pozo que estaba
cerca de la casa de mi abuela. El lobo no me respondía, desde que habíamos
llegado a este campo deshabitado de todo y todos, sus energías se habían
reducido. Mi abuela, la única que cree en la presencia del lobo en mí, me ha
ayudado para ir acallando al demonio que está dentro. Todos los días me la pasó
leyendo y haciendo ejercicio, abuela dice que pronto me enseñará a tocar piano
y guitarra. Yo entiendo que la cosa es gastar la mayor cantidad de tiempo
posible, que no tenga espacios vacios que el lobo tenga oportunidad de llenar; sin embargo, estoy por primera vez
dispuesto a que ese ser desaparezca de mi vida.
Definitivamente el lobo
se ha debilitado desde que llegamos aquí, antes, el aparecía y desaparecía
cuando quería o me conducía a donde le placiera. Ahora su autonomía ya no es
tan suprema, poco a poco he comenzado a manejar mis instintos. Estar en el
campo es lo mejor que me ha pasado, ahora lo comprendo, puedo acallar a esa
bestia cuando lo dese. No es él quien debe tener el control. Mi vida se rige
bajo mis principios yo maniobro el timón de mis destinos. He logrado realizar
muchas más cosas solo de las que hice en compañía del lobo, cada día me
arrepiento por haberlo escuchado y rezo para no estar completamente condenado.
Rezar es una buena vitamina. El lobo ya no me puede absorber, quiero que se
vaya. Antes tenía miedo a estar sólo, ahora nunca más estaré sólo, basta con mi
puño para seguir andando. No te necesito, no te necesito. Cuando ya logré subir
el pesado balde desde el interior del pozo, me di cuenta que el lobo ya no
merodeaba. En mi mente tampoco estaba. ¿Había desaparecido? Sí, lo había hecho
desaparecer. Yo mismo lo había esfumado. Por fin me di cuenta que una vida por
más dura que sea, vale más que una vida de fantasía. Adiós lobo, adiós para
siempre”
¿Es que todo ha terminado? Lo he recordado todo,
absolutamente todo. Estar manejando a Gabriel me hizo comprender el por qué de
los días en ese encierro oscuro y claustrofóbico. Ahora recuerdo cuando aparecí
por primera vez ante los ojos del pequeño Gabriel, como lo acompañé durante
toda su niñez. Sí, el era un niño enclenque y vulnerable, nadie le hablaba y él
a nadie se le acercaba. Yo lo acompañé por años. Recuerdo también cuando violó
a esa pobre chica. Recuerdo que él creía que fui yo quien lo insté, recuerdo
cuando lo llevaron al campo de su abuela y ahí poco a poco fui desapareciendo
hasta encontrarme encerrado en esas paredes negras de silencio absoluto. Pero
por alguna razón seguí existiendo en ese inconsciente, porque dentro de todo lo
irreal que soy tengo una escaza realidad dentro de la vida de mi amigo, por eso
lo llamo amigo. No sé si soy yo o él el que ha cometido los errores, no sé
realmente cuánto de autonomía tengo frente a la mente de mi amigo, lo único que
sé es que nuevamente estoy en lo oscuro y veo como Gabriel me entierra hasta
cubrirme de una completa y abundante negrura. El silencio vuelve a someterme,
¿Quizás llegué muy lejos? Pero tenía hambre, soy un lobo que también necesita
poder. Todo este tiempo estuve esperando que Gabriel me liberase, de hecho
esperé sin esperanza alguna de lo que esperaba, simplemente esperé porque no me
quedaba otra, porque no pude morir, de hecho morir no es una opción. Seguramente
lo que pasará ahora es que Gabriel tomará conciencia de sí mismo y me enterrará
en su inconsciente, rellenando de arena una tumba. Creo que nuevamente, este es
el adiós.
¿No sé por qué Gabriel
me sacó de ahí? Quizás para esto, para volver a enterrarme. Creo que no
entiendo a Gabriel. Ahora termina de enterrarme, pero esta vez me ha dejado un
pequeño orificio por donde puede entrar la luz, es muy mínimo y no me deja ver
nada, pero al menos en algo opaca esta profunda oscuridad. Entonces, sin poder
moverme, pues mi cuerpo ha vuelto a ser encadenado me quedo mirando fijamente
aquel punto de luz que mi amigo me ha dejado.-
Oscuridad y silencio por Nicolas Aravena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.